Pestañas

Mostrando entradas con la etiqueta escribir. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta escribir. Mostrar todas las entradas

05 marzo, 2012

Con libros o sin ellos



"A veces me gustaría que los libros fueran como cassettes"
Raro es el día en que no leemos o escuchamos algo sobre ese tira y afloja que se traen el libro tradicional y el libro electrónico, sobre quién logrará llevarse el gato al agua, sobre qué modelo han de seguir los editores y los libreros para no perder comba, sobre qué precio debe de tener este último si ya no está hecho de papel ni tiene tapas, sobre si los lectores prefieren el olor del papel o las manchas de la tinta electrónica, en fin, sobre qué será de eso que hasta ahora conveníamos en llamar libro, y sobre lo que a nadie se le ocurría cuestionar su naturaleza.

Al fin y al cabo el libro, de papel o electrónico, está en el centro de toda este torbellino cuando realmente es lo único que separa -o bien lo que une- al autor y su lector. Estamos hablando, obviamente, del libo como objeto, pero no de la obra en sí misma, el relato o la historia -en el caso de la ficción- que ha salido de la cabeza de su autor. El escritor podría leer su obra en un teatro en voz alta, como un compositor interpreta su música en un escenario para que sea escuchada. ¿Cómo iba a esperar un Mozart o un Beethoven que su música sería escuchada algunos cientos de años después fuera de las salas de concierto, primero en un gramófono, después en un tocadiscos y en una cassette, más tarde en un compact-disc, luego en un reproductor mp3, en un ordenador y, finalmente, con unos auriculares conectados con cables o sin ellos a nuestro teléfono móvil? 

El reproductor está en nuestro cerebro
Imprenta de Gutemberg
Esta carrera desenfrenada en la evolución de los reproductores musicales ha sido sin embargo especialmente lenta, contada en varios siglos, en el caso de los reproductores de la palabra, básicamente uno solo -el libro con mayúsculas- gracias al increíble ingenio de Gutemberg. Es verdad que los copistas medievales ya componían libros preciosos, pero fue al alemán a quien se le ocurrió la forma de multiplicar casi hasta el infinito la obra escrita de un autor. Pero si me apuran más, incluso con la enorme ventaja que supuso la invención de la imprenta de tipos móviles, una diferencia fundamental con la música es que en el caso de la literatura, por ejemplo, -y sea cual sea el soporte físico- el reproductor está en nuestro cerebro para convertir letras y palabras -electrónicas o impresas en papel- en las imágenes, sentimientos y sensaciones que el escritor ha querido sugerir. 

Intentar adivinar el futuro del libro es complicado; nadie tiene la bola de cristal para saber cómo será o en qué tipo de soporte se convertirá en pocos o muchos años, pero de lo que no hay duda es de que seguirá habiendo gente con ganas de contar historias y mucha más gente con ganas de leerlas. Con libros o sin ellos siempre nos quedarán autores y lectores. Mientras llegue ese momento sigamos leyendo.

P.D.- «A veces me gustaría que los libros fueran como cassettes. Cartuchos que uno pudiera insertarse directamente al cráneo. No estoy hablando de audiolibros ni de evitar la lectura. Hablo de que ya habiendo leído el libro, poder cualquier jodido día, rememorar la sensación que el libro te dejó al terminarlo, pero en el tiempo que dura una canción». Es lo que dice Pierre, el autor de la ilustración que acompaña esta entrada, en su blog hueso hueso.

06 febrero, 2012

A vueltas con la literatura y la calidad


Esta semana pasada -mientras avanzo a trancas y barrancas en la lectura del libro que me ocupa- he podido leer tres textos de distinta procedencia que, aunque desde ángulos distintos también, hablaban de literatura y calidad literaria. Se trata de una entrada (Alma, literatura y un lucio) de Bárbara, autora del blog Dame una tregua; del filósofo y escritor Fernando Savater, en su artículo publicado en El País (Defectos especiales), y de una columna de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza (Contra la calidad literaria) en el periódico mexicano Milenio. Merece la pena leer los textos completos con atención pero me pareció interesante dejar aquí para vosotros un esbozo de lo que contienen.

Cierta forma de escritura en papel
Para empezar, un asunto interesante ese de tratar de definir lo que es literatura, como reconoce Bárbara: «La verdad es que esto de la literatura, sobre todo la que lleva MAYÚSCULAS, es un asunto espinoso, más espinoso que un lucio, y que deja así como un poco boquiabierto también». Sin embargo, Cristina Rivera Garza no tiene ninguna duda y aborda la cuestión desde una visión más crítica cuando afirma que la literatura «no es un sinónimo de buena escritura o de escritura de calidad. La literatura es el nombre que se la ha dado a una cierta forma de escritura que se publicó en papel, usualmente en la forma de libros, y que se constituyó en elemento hegemónico para la formación de cánones a lo largo del periodo moderno».

Savater no entra directamente a definir la literatura en su artículo pero nos dice algo muy interesante que también tiene que ver con los cánones de lo literario. En literatura, afirma, como ocurre también en otros muchos campos, «se hace admirar lo que cumple las pautas y se hace amar lo que las desafía». Lo explica de una forma maravillosa al inicio de su artículo: «¿Cuál es la diferencia entre un rostro bello y uno realmente atractivo? Pues que el bello omite los defectos y el atractivo los tiene, pero irresistibles. La perfección que respeta todas las normas clásicas merece el encomio gélido del museo, pero cuando la imperfección acierta nos la queremos llevar a casa y vivir con ella y para ella». Algo, la calidad, que Rivera Garza, autora de libros como Verde Shanghai, deja en las manos responsables del lector: «La calidad, definida como el conjunto de propiedades que permiten juzgar el valor de algo, no es, por otra parte, inherente al texto. No hay nada, de hecho, inherente al texto. No hay nada que venga del texto sin que esto haya sido invocado por el lector. Mejor dicho: lo único inherente al texto es su cualidad alterada».

Insignes kilos de sesos
En términos de calidad Fernando Savater, recordando el caso de Tolkien y otros como Graham Greene,-y para poner de manifiesto que para algunos ser un escritor popular es lo contrario a ser un buen escritor-, dice irónicamente que «¡Cuándo sus libros gustan a tantos algo debe ser de baja calidad, por lo menos la prosa!». Por eso cree que la concesión del Nobel es una anécdota que no debe magnificarse. «Quienes lo han ganado sin duda lo merecían, aunque otros tampoco hubiesen desentonado en su palmarés: Tolstoi, Proust, Joyce, Kafka, Baroja, Borges... Cada uno con su prosa y sus defectos especiales, que les censuran los académicos y tanto les agradecemos los lectores». Bárbara también tiene su propia opinión sobre los académicos, a quienes dedica un bonito calificativo: «Que la literatura es alma al fin y al cabo y que probablemente haya más verdad en un trocito de alma volátil e invisible que en varios tomos de historia de la literatura pergeñados por insignes kilos de sesos».

Cristina Rivera Garza
Rivera Garza introduce finalmente una variable muy interesante al hablar de lo literario -la tecnología- tan en boga en estos tiempos revueltos en  el mundo editorial: «¿Por qué habría de pedírsele a todo texto que parezca como si hubiera sido escrito con la tecnología y los estándares de conducta de sus congéneres del XIX? Pues porque una pequeña elite temerosa de perder los cotos de poder que refrenda su estética lo sigue argumentado aquí y allá en la plaza pública. Por mi parte, estoy convencida de que todo mundo tiene derecho a seguir escribiendo su versión propia del texto del XIX, ciertamente. Lo que esos neoconservadores no pueden hacer ya es esgrimir una noción de lo literario, que es histórica y contingente, como si se tratara de un estándar natural o intrínseco a toda forma de escritura. Seguiré siendo una admiradora de Dostoievsky hasta el último de mis días y, con seguridad, parte de mi trabajo seguirá produciéndose en papel, pero de la misma manera me entusiasman, y mucho, las posibilidades de acción que traen al oficio de escribir las transformaciones tecnológicas de hoy». 

P.D.- Ahora todos a leer, todos a disfrutar de un libro, todos a regodearnos con la literatura, con cualquier clase de literatura... ¡No hay literatura sin lectores!

16 enero, 2012

Yo quiero ser editor



© Cherry clockwise
Lo de ser lector aficionado está muy bien pero le convierte a uno en un sujeto pasivo, un parásito que  vive la vida de miles de personajes instalado en  la comodidad de su propia butaca. Aparte del disfrute que obtiene del hecho de leer, el lector únicamente es dueño de su poder de elección sobre qué leer y cuándo hacerlo. Sin embargo, si te gusta leer pero también te gusta el mundo de los libros en general y quieres dar un paso más, aventurarte en otros vericuetos relacionados con ese objeto que utiliza el lector, lo mejor es abandonar la butaca y pasar a la acción. Y para ello se me ocurre que se pueden tomar varios caminos: el primero, el más comprometido quizá, es convertirse en escritor, pero  otras opciones (¿más sencillas?) son también convertirse en editor, en librero o en crítico. Todos esos sujetos  a los que  Enrique Redel, editor de Impedimenta, se refiere como "las gentes del libro" en una entrada del blog Papeles Perdidos, Avatares de un editor en el Parque del Retiro: «Las gentes del libro, para el lector de a pie (para cierto lector) somos todos una masa homogénea de autores, editores, traductores y vendedores, intercambiables, fungibles, sustituibles». Entre las gentes que yo mencionaba (es cierto, había olvidado -como casi siempre sucede- a los traductores), cada uno tiene obviamente su papel. Simplificando mucho: uno ha de escribir el texto, el otro ha de cuidar su presentación y convertirlo en un libro; el tercero,ha de vender el producto y, el último, realizar una crítica o comentario sobre el mismo. 

Sobre todo un buen lector
Entre todos ellos, y descartando al escritor, pues realizar bien su tarea me parece más un don otorgado por la divinidad que el resultado de una destreza humana (no confundir escribir con redactar), es el trabajo del editor el que más atractivo tiene para mí. Por descartar: el librero tradicional es, en definitiva, un comerciante que a pesar de su vocación y el amor que pueda demostrar por la materia que vende, al final tiene que hacer balance  entre lo que vende y lo que ingresa. Y el del crítico es un papel muy poco agradecido, siempre haciendo de malo, siempre sujeto -a pesar de su pericia- al error cuando como el árbitro de fútbol enseña su tarjeta amarilla o roja al autor y su novela y, sin embargo, la afición -los lectores- no entienden su decisión. En cualquier caso, tampoco conviene olvidar la opinión de T. S. Elliot: «Algunos editores son escritores fracasados, cosa que también se puede decir de la mayoría de escritores».

Aún así me quedo con el papel del editor, en principio de más glamour, aunque no sé muy bien qué pensar después de lo que dice un editor, otra vez Enrique Redel, sobre sus condiciones de trabajo: «Nuestro hábitat es el oscuro despacho, la polvorienta biblioteca, la pacífica cola de la oficina de correos». Y después, también, de que algunos autores piensen que internet les permitirá encontrar lectores directamente sin pasar por un editor. En este punto me consuela lo que leía estos días en el blog de Jordi Puntí (Solo de Underwood) en una entrada titulada precisamente La edición sin editores: «La lógica dice que debería ser al contrario: a fuerza de leer textos abstrusos y sin calidad, pronto nos daremos cuenta de que el editor de texto es esencial para distinguir entre literatura e incontinencia verbal». Claro, también yo me refiero a un editor literario, no a un editor de libros de texto o de catálogos de viajes, que tienen todo mi respeto, aunque aquí Puntí echa un jarro de agua fría cuando afirma que «cada vez es menos cierto ese axioma que definía la edición literaria: un buen editor es sobre todo un buen lector».

El sexto mandamiento y la felicidad
Dicho todo lo cual, a mí me gustaría leer un texto inédito y poder decidir su publicación; intercambiar ideas y puntos de vista con el autor; elegir una tipografía determinada y decidir una portada con el diseñador; quizá crear una nueva colección de títulos; plantear una estrategia de lanzamiento para un libro; calcular la tirada adecuada; asistir a una presentación acompañando al autor; recibir una buena crítica en los suplementos literarios; ver el libro en los escaparates de las librerías, a un lector leyendo ese mismo libro en el metro y leer sus comentarios favorables en algunos blogs literarios. En definitiva, realizar un trabajo creativo con la materia que te gusta -las letras, los libros, la literatura- de principio a fin. Seguro que no es esta la mejor descripción del trabajo de un editor pero es lo que uno imagina que más se le parece. Me quedo con el sexto mandamiento de Manuel Borrás en su Monólogo del editor: «respetar escrupulosamente a autores y lectores, un mandamiento que proviene del anterior, sentir un respeto casi religioso por la cultura escrita».

Hablando de mandamientos, "yo confieso", como diría Jaume Cabré, que en mi próxima reencarnación quiero ser editor, porque dice Jacobo Siruela en la Revista Ñ que «la tarea del editor del siglo XXI es recuperar la felicidad de editar».

P.D.- Si tengo la fortuna de que algún editor lea esta entrada quizá le haría pensar en organizar una actividad del tipo «24 horas en la vida de un editor». Si es así, yo me apunto. 

07 noviembre, 2011

Construir una historia

Mario Vargas Llosa
Uno de los libros que me quedan por leer, que quiero leer, es «Cartas a un joven novelista», de Mario Vargas Llosa, recientemente reeditado por Alfaguara. En realidad ni uno es joven (tampoco diría yo mayor...) ni novelista, pero -al menos- de ambas cosas hay una que es posible corregir, y es la segunda: escribir una novela. 

Ya sé que Cartas a un joven novelista no es un libro de autoayuda para escribir una novela en tres semanas pero me apetece leer qué consejos da y cómo lo cuenta Vargas Llosa, porque como leí en la reseña del libro que realizó Ecdótica, uno de los últimos párrafos ya advierte sobre qué hacer: «Querido amigo: estoy tratando de decirle que se olvide de todo lo que ha leído en mis cartas sobre la forma novelesca y que se ponga a escribir novelas de una vez».

Pero sobre todo también porque me maravilló la forma en que Vargas Llosa explica en su discurso del Nobel -Elogio de la lectura y la ficción- qué es y qué significa construir una historia:

«Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. "Escribir es una manera de vivir", dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.»

P.D.- La semana pasada me trajeron de Madrid dos nuevos libros: «Desiertos de la luz», poesía de Antonio Colinas, y «2666», novela de Roberto Bolaño.

15 agosto, 2011

Paul Auster: una extraña manera de pasarse la vida

Hace tiempo que leí un maravilloso texto de Paul Auster (Newark, 1947), el escritor norteamericano que vive en Nueva York. No pertenecía a ninguno de sus relatos o novelas sino que era el discurso que pronunció al recibir el Premio Príncipe de Asturias en el año 2006, y que hablaba sobre el oficio de escribir. Aunque algunos ya lo conoceréis, tenía ganas de compartirlo. Yo no me canso de saborearlo de vez en cuando:  


«No sé por qué me dedico a esto. Si lo supiera, probablemente no tendría necesidad de hacerlo. Lo único que puedo decir, y de eso estoy completamente seguro, es que he sentido tal necesidad desde los primeros tiempos de mi adolescencia. Me refiero a escribir, y en especial a la escritura como medio para narrar historias, relatos imaginarios que nunca han sucedido en eso que denominamos mundo real. Sin duda es una extraña manera de pasarse la vida: encerrado en una habitación con la pluma en la mano, hora tras hora, día tras día, año tras año, esforzándose por llenar unas cuartillas de palabras con objeto de dar vida a lo que no existe, salvo en la propia imaginación. ¿Y por qué se empeñaría alguien en hacer una cosa así? La única respuesta que se me ha ocurrido alguna vez es la siguiente: porque no tiene más remedio, porque no puede hacer otra cosa»


Para leer el discurso completo haz clic aquí.

13 junio, 2011

«Ventanas de Manhattan», una ciudad con vistas

«Ventanas de Manhattan» (Seix Barral, 2004), de Antonio Muñoz Molina (@amunozmolina), un libro que no es de ficción, nos presenta una ciudad absolutamente real envuelta sin embargo por los mismos mimbres que utiliza la ficción para crear una auténtica obra literaria.

Lo más especial de esta lectura ha sido la emoción de reconocer lugares, situaciones y personajes de  la ciudad en la que ahora vivo, confirmando y saboreando muchas de las sustancias que Muñoz Molina ha extraído del ADN de Manhattan. Por ejemplo, el continuo rumor de la ciudad,  las dificultades con el idioma,  los contrastes tan marcados, los malos modales de los funcionarios de Inmigración, el cielo limpio tan semejante al de Madrid, las cucarachas grandes y rubias, la indiferencia de vecinos y ocupantes de ascensor, los mercadillos de la calle o las basuras ocupando las aceras. También el relato directo del 11 de septiembre de 2001, el Barrio Chino, los museos y clubes de jazz o el paso de las estaciones en Central Park.

En la forma en que está escrito el relato, pareciera que Muñoz Molina -además de escritor- adoptara un oficio distinto mezcla de muchos otros: pintor, cartógrafo, entomólogo, geógrafo, explorador urbano, psicólogo, fotógrafo y cirujano que es capaz de dibujar, trazar, reproducir, diseccionar y recomponer, clasificar y analizar paisajes, monumentos, edificios, sucesos, personajes y seres humanos que pueblan el principal barrio de Nueva York para, después, verter al papel el resultado de toda esa cuidada investigación. Y no precisamente en forma de guía turística o ni siquiera de un buen reportaje periodístico sino en un género de no ficción-literaria -si es que tal cosa existe- donde, además, el escritor se convierte en un protagonista más del relato y de la propia ciudad.

Cómo trabaja y con qué herramientas, nos los cuenta el propio autor: "Vivo, aunque sólo sea transitoriamente, como un literato antiguo de provincias, como un cesante o un funcionario absentista que se sienta a media mañana en el café, adonde traigo conmigo los instrumentos livianos de mi oficio, las pocas cosas elementales que necesito, un cuaderno y un rotulador, y nada más".

Antonio Muñoz Molina
El escritor recorre la ciudad andando, zarandeado por la lluvia o sobrecogido por el viento helado que dobla las esquinas y ruge furioso por las calles: "La caminata es una forma de conocimiento y una manera de vivir, un ejercicio permanente de aproximación y lejanía". Además, la mirada de Muñoz Molina es hasta tal punto certera que uno -cuando vive aquí- se ve reconocido en muchas situaciones: "Hay días en los que resulta grato ser un forastero en estas calles, tan liviano de identidad como de equipaje, y otros días de lluvia contumaz y vengativa en los que uno siente sobre sí, igual que la humedad que le sube por la espalda, todo el peso de la extrañeza, el tamaño de esta ciudad ahora en blanco y negro en la que no es nadie y el del país ajeno al que no pertenecerá nunca".

Es un libro que he leído con verdadero deleite, con el placer del ánimo que inevitablemente se siente al redescubrir Manhattan desde Manhattan, con el añadido de la maravillosa prosa de Muñoz Molina. Un libro que gustará más a los que ya conocen bien la ciudad pero también a aquellos que quieran conocer por primera vez un Manhattan distinto al repetido tantas veces por el cine y las series de televisión.

  • Otras frases que subrayé mientras leía:

- "Miro y escribo. Me gustaría que la mano avanzara sola y automática para que los ojos no se apartaran ni un segundo del espectáculo que alimenta la inteligencia y la escritura".

- "En Nueva York el trásito de la belleza a la desolación sucede siempre expeditivamente, como si el principal universal de máxima eficiencia hubiera aconsejado la supresión de gradaciones intermedias".

- "El arte enseña a mirar: a mirar el arte y a mirar con ojos más atentos el mundo".

- "Así quisiera yo retratar sobre el papel de este cuaderno la cara de alguien con quien acabo de cruzarme o un tono de color en el cielo, pero escribir es una carrera contra el tiempo en la que uno siempre queda rezagado y acaba vencido".

- "Estar viendo y no mirar es un arte supremo en esta ciudad que desafía tan incesantemente a la mirada".

14 enero, 2011

Arrugar la hoja, hacer una bola y lanzarla a la papelera

Hoy he pensado (y ya me estoy arrepintiendo) compartir el inicio de este relato que aún no tiene título ni más extensión que la que ves. Para qué, dirás… Para contar con tu opinión (siempre sincera, espero). Así sabré si tengo que arrugar la hoja, hacer una bola y lanzarla a la papelera (en sentido figurado), o continuar si te ha interesado y no te han dado náuseas al leerlo. En este caso, incluso, podrías tener alguna sugerencia de por dónde encaminar la historia, mover a sus personajes o sobre el mismo título. O simplemente decir si te gustó o no. O guardar silencio. Aquí está:

<< Dice Anselmo que lo mejor de una hembra es que esté en la cocina, cuide de los hijos y, en la cama -aquí baja la voz y guiña el ojo izquierdo con esfuerzo-, se deje hacer y no hable demasiado. Lo dice arropado por la humareda de los cigarrillos y sujetando el cuerpo en la barra donde Mario, que se conoce la historia, rellena de vino los vasos de los parroquianos. Es la misma ceremonia de todos los  viernes, piensa Mario, al que le gustaría estar lejos de allí, respirando el aire salado del mar y escuchar el rumor de las olas.

Ahora cuando llegue a casa me meto en la cama y empieza la fiesta, continúa Anselmo. Me gustaría invitaros pero creo que no hay sitio para todos. Y ríe la ocurrencia mientras ve cómo brillan los ojos de sus compadres, igual de bebidos que él. A un gesto de uno de ellos Mario sirve otra ronda y retira un cenicero lleno de colillas. Llevan en el bar más de una hora, desde que se cerró la nave. Se reúnen en el bar de Mario para olvidarse del trabajo de toda la semana y hablar de lo que les venga en gana. Empiezan hablando en voz queda, arrastrando el cansancio de la jornada, pero enseguida el vino les calienta la sangre y la cabeza, una bruma como de cristales empañados les cubre los ojos, y terminan a voces quitándose la palabra unos a otros.

Que la mujer se deje hacer y no hable demasiado lo dice Anselmo para provocar. Ellos no conocen a Rosa. No saben que es una mujer que les haría darse la vuelta para mirarla en la calle. Tampoco saben en realidad de qué habla, porque aunque algunos están casados la mayoría en la cuadrilla son jovenzuelos que todavía no han conocido mujer. Pero Anselmo sí sabe que son hombres como él y que, por el solo hecho de serlo, todo se revuelve dentro de ellos, y así ha sido desde el principio de los tiempos, cuando se habla de mujeres. Hembras, como dice Anselmo. Eva fue la primera hembra por la que Adán perdió la cabeza y el paraíso. Pero es que -razona Anselmo entre la nube de humo y alcohol que le ciega el entendimiento- la tentación era tan grande que merecía echar todo aquello a perder, cualquier cosa que fuera el paraíso, una inmensa playa de arena fina y blanca, llena de fruta, en la que no hubiera que trabajar. Sin una mujer, aquello no podía ser en realidad el paraíso >>.

© Javier García

10 noviembre, 2010

El lector voyeur

¿Quién es un voyeur -un mirón- sino aquel que oculto en la distancia o la oscuridad busca sorprender la intimidad de otra persona totalmente ajena a su observador?

El lector voyeur, sin embargo, no es aquel que parapetado tras el libro abierto espía los movimientos de otras personas a su alrededor, sino aquel que con la mirada fija en sus páginas atisba la vida de los personajes que pululan en la ficción.

Así, el lector se sienta cómodamente en su butaca o bajo la sombra fresca de un árbol para seguir al milímetro -aunque no siempre necesariamente- la peripecia de sus protagonistas. Y no sólo mientras se desnudan o realizan otras tareas que normalmente no conocemos sobre otras personas en la vida real, como sucede en muchos casos, sino también para llegar a conocer hasta lo más recóndito de sus pensamientos y emociones. El lector no necesita ocultarse tras ninguna cortina, pero sí utilizar el catalejo del escritor, el instrumento que enfoca y ajusta nuestra visión sobre los personajes. Es el escritor, a través de su escritura (el catalejo que pone a disposición del lector) quien nos permite descubrir más o menos detalles sobre el personaje; contemplar una espalda desnuda en todo su esplendor o entrever apenas un reflejo en el cabello, mostrar una única palabra o la angustia sofocante de una larga pesadilla.

Al menos yo, en muchas ocasiones, me he visto a mí mismo oculto tras la ventana indiscreta de un libro, absorto en la vida de personajes de ficción que he sentido de carne y hueso, y cuyo reflejo ha permanecido en mi retina aún mucho tiempo después de cerrar la última página.

- La ilustración pertenece a un cuadro de Edward Hopper (1882-1967) pintado en 1928: "Nights windows"
- Para ver los 7 primeros minutos de La ventana indiscreta (Rear window, 1954) de Alfred Hitchcock, pincha aquí.

12 abril, 2010

Llámame Brooklyn

Otra vez la butaca de un avión (vuelo Delta 279 Nueva York - Las Vegas) me sirvió para comenzar la lectura de un libro, en esta ocasión "Llámame Brooklyn" (Ediciones Destino, 2006), la novela de Eduardo Lago -actual director del Instituto Cervantes de Nueva York-, ganadora del Premio Nadal en 2006.

Volábamos hacia la noche robándole la luz al día cada vez más deprisa.

Una obra bien tejida con Nueva York de nuevo como fondo (tras 'Invisible'), con paisajes reconocibles, y unos personajes grises y marginales que transitan a lo largo de los años en torno al Oakland, un bar de marineros en Brooklyn que sirve de epicentro de la narración, con la historia de unos papeles (¡un cementerio de manuscritos!) a la espera de ser interpretados y reescritos como eje de la misma. En ciertos momentos se hace complicado seguir el hilo narrativo por la cantidad de personajes, tiempos e historias que se entrecruzan sin cesar.

En la entrada anterior de este mismo blog reflejaba el esfuerzo de un escritor (David Remnick) al levantarse a las 5:30 de la madrugada para escribir. En esta ocasión, el periodista que escribe la novela sobre los manuscritos encontrados lo hacía incluso antes: "Me levantaba a las cuatro y media de la madrugada, a fin de poder escribir un par de horas largas antes de irme a la redacción, y continuaba al final del día, como si la jornada de trabajo hubiera sido un paréntesis innecesario. Y seguía así durante los fines de semana y los días libres".

Quien dejó las papeles dice también en un momento: "La verdad es que no tenía ni la más remota idea de lo que quería hacer con mi vida, pero el día de la ceremonia de graduación, cuando mi abuelo me preguntó si sabía qué quería hacer el resto de mi vida, le contesté resueltamente que quería ser escritor. No sé qué demonios me impulsó a darle aquella respuesta. Lo hice sin pensarlo, pero cuando aquella misma noche lo medité a fondo, me di cuenta de que le había dicho la verdad".

También subrayé algunas otras frases:

- "Alcanzamos los límites de la ciudad cuando la mancha jabonosa del sol empezaba a despuntar por detrás de una hilera de casas bajas".

- "Cuando la imagen se disolvió sentí un relámpago de deseo".

- "Gracias a ti puedo decir que soy escritor. Antes de esto, siempre sentí que me quedaba grande la palabra".

06 abril, 2010

He rose at 5:30 a.m. to write

David Remnick, editor of The New Yorker, is the author of ‘The Bridge’, the 672-pages biography that examines Mr. Obama’s life and racial identity.

"During the year he spent on "The Bridge" he rose at 5:30 a.m. to write and often stayed up past midnight, but rarely discussed the book at work. “He got up really early, went back to work after dinner with the kids, and took no weekends off and no vacation for more than a year”, said Esther B. Fein, his wife".

'Making it look easy at The New Yorker', The New York Times. April, 4. 2010.

28 febrero, 2010

De escritores: Saramago, Malouf y Guo

En la columna de 'Small Talk' que Financial Times incluye todos los fines de semana en su sección de Books/Fiction, una pequeña entrevista acerca al lector a los hábitos y usos de diferentes escritores, más o menos consagrados. Es una pequeña ventana en las vidas de quienes se dedican al oficio de escribir y que tanto gusta -al menos a mí me gusta mucho- para conocer algunos pequeños secretos sobre su forma de escribir, para saber a quién leen ellos mismos (What books are currently on your beside table?) o qué significa para un escritor ser escritor.

Es el caso de las entrevistas con José Saramago, David Malouf o Xiaolu Guo, autores por cierto, de los que reconozco no haber leído nada desafortunadamente.

De José Saramago me encanta descubrir que además de estar leyendo "How the fiction works" de James Wood, está releyendo "The Magic Mountain" (La montaña mágica) de Thomas Mann. What an amazing writer Thomas Mann was! exclama el propio Saramago. Aunque nunca he leído nada de Saramago siempre he tenido la curiosidad de hacerlo y ahora que conozco su admiración por Mann -del que yo soy un enamorado después de leer La Montaña Mágica- puede que sea la razón definitiva para empezar a leerlo: ¿alguna sugerencia de por dónde empezar?.

Pero otra gran razón para hacerlo es que cuando le preguntan What book do you wish you'd written? contesta: "La Saga/Fuga de JB" by Gonzalo Torrente Ballester, a little-known masterpiece. Una pequeña obra de arte dice Saramago. Y yo me pregunto igual ¿por qué no se conoce tanto la obra del genial escritor gallego?. Para mí es un magnífico novelista del que me gustó mucho leer La Saga/Fuga hace muchos años atrás, y que desde luego recuerdo con verdadero deleite en la lectura de "Filomeno a mi pesar (memorias de un señorito descolocado)".

De Malouf, nacido en Brisbane, me llamó la atención el que entre los autores que han influido en él están Balzac y Dickens, people I couldn't possibly be like. Pero, sobre todo porque, continua Malouf: Tolstoy has also influenced me because of his wonderful capacity to inhabit very different points of view in the same scene. Ahora que precisamente estoy embebido en la lectura de "Guerra y Paz", me doy cuenta de que es cierto lo que dice Malouf.

Xiaolu Guo, es una autora de 37 años nacida en China pero que ahora vive entre París y Londres. A la pregunta de When did you know you were going to be a writer? responde: When I was 12 or 13. In my village we only had propaganda to read. Writing became a little game that you had the freedom to do.

What does it mean to be a writer?:

- José Saramago: It's a unique privilege.
- David Malouf: Somebody who finds out what they think and feel about writing, who explores things they don't yet know that they know.
- Xiaolu Guo: It's the privilege of expression with a very personal voice.

14 enero, 2010

Embajadora de literatura para jóvenes

No sabía que en Estados Unidos existiera la figura del national ambassador for young people's literature ni que Katherine Paterson, novelista infantil ganadora por dos veces del Newbery Medal y del National Book Award for Young People's Literature, fuera su próxima representante.

Tampoco sé si en España existe una figura similar pero leyendo el artículo de The New York Times parece que pudiera merecer la pena. Al final es un animador o un apóstol de la lectura para jóvenes y pequeños, aquellos entre los que más difícil es inculcar un hábito tan saludable.

Y, además, Katherine Paterson dice:

"Who I am comes out in what I write. You try to write from the deepest part of yourself and whatever is there is going to come out".

12 enero, 2010

Tres cuadernos 'Writersblok'

Compré el otro día en una librería de Chelsea Market, un paquete de tres cuadernos 'Writersblok' (negro, azul y burdeos) con el ánimo de que la belleza del propio objeto me ayude a llegar a la escritura.

Cuál fue mi sorpresa al descubrir que en la solapa interior de cada uno de ellos había un papelito con la siguiente declaración:

"Writing is good exercise. It's good for your mind in the same way that riding a bike is good for your legs. It's a way to communicate, capture a thought, grow an idea. It helps you think, be more creative, and... it's fun. And these are things we are good and good for you".

Además, destinan parte del dinero de la compra a proyectos de alfabetización.

02 julio, 2009

¿Y qué hago yo?

No basta con el impulso de escribir. Debería ser más sencillo; te pones delante del papel o del teclado y empiezas a escribir. Enlazas letras con palabras, ideas con argumentos e historias con personajes, y he aquí que tienes un relato, una poesía, un tratado o una novela. Fácil ¿no?.

Pues yo sigo en el impulso, en las ganas de escribir pero paralizado por una idea, por el vértigo a la primera línea y a que el cerebro envíe a la mano los impulsos necesarios para volcar lo que bulle en la cabeza, lo que uno cree que merece la pena contar. Pero no sólo contar, no sólo redactar sino conmover, conmocionar con las palabras. Esa es mi idea, ese es mi objetivo, esa es mi ambición.

Siempre he escuchado que no hay otro secreto que, como para tantas cosas en la vida, convertir la escritura en una rutina, en un ejercicio disciplinado con el que finalmente uno puede culminar una cima deseada pero con el que se sufre lo indecible en el camino. Que tiene su técnica y que la técnica sólo se mejora con la práctica, y con tiempo y dedicación.

Todo esto viene a cuento de que el otro día repasaba una entrada antigua en el blog 'La fraternidad de Babel' del escritor César Mallorquí. Contaba que, dedicándose a la escritura de forma profesional, es decir, a tiempo completo, se fijaba "un número mínimo de páginas: cuatro al día (aunque por lo general suelen ser seis o siete)", lo que son 20 a la semana y más de 80 al mes. "Y ochenta páginas al mes no está nada mal", afirmaba.

Y leyendo la página de libros de Financial Times me topé también con una pequeña entrevista (Small Talk) a Paul Auster, donde a la pregunta de cuántas palabras escribe al día responde con un contundente "en un buen día una página, más de eso es algo extraordinario".

Entonces, ¿qué hago yo, si tengo trabajo, si tengo familia, si antes de sentarme a escribir hago cualquier otra cosa, si me distraigo con el vuelo de una mosca, si antes de escribir una frase la reescribo treinta veces en la cabeza...? Ya sé: disciplina, sacrificio, robar horas al sueño por la mañana o por la noche, robar horas al deporte, a la tele y ¿también a la lectura? ¿Y que me queda entonces? Pues eso, escribir.

Y por último, obsesionado con una primera frase, tengo que escuchar a John Irving -en el podcast del New York Times Book Review (5 de Junio)- que él sólo comienza a escribir cuándo tiene perfectamente claro cuál es la última frase de su novela.

Me voy a echar a llorar... (y se va a mojar el teclado).

21 junio, 2009

Analfabetos manuales

Decir que cada vez se escribe menos a mano es una tremenda obviedad. Pero por otra parte también han desaparecido las teclas de la máquina de escribir y hasta las teclas de los "smartphones" con sus "touch-screen". Todo ha cambiado muy deprisa pero, con teclas o sin ellas, el resultado es que nos hemos convertido en analfabetos manuales.

Cuando tenemos que escribir una pequeña nota parece que no nos sale la letra, que algo falla en el cerebro que no envía las órdenes adecuadas a nuestra mano, que duda sobre cómo deslizar el boligrafo o el lápiz sobre el papel. ¿Y cuándo fue la última carta que escribimos a mano? Yo creo que fue en la mili, pero eso fue hace -uf...- muchos años, incluso en el siglo pasado.

Y la caligrafía es el arte de escribir bien. También los que tenemos cierta edad hemos rellenado interminables cuadernos de caligrafía 'Rubio' tratando de domar la letra, que empezábamos con aquello de "mi mamá me mima". Bueno, era laborioso, pero tampoco suponía ninguna tortura.

Todo esto viene al hilo de una reseña de un libro que vi en The Wall Street Journal: 'Script and Scribble - The rise and fall of handwriting' de Kitty Burns Florey (Melville House, 190 págs. $22.95), un texto sobre los orígenes y la historia de la escritura, así como de diferentes métodos de enseñanza, sobre todo en Estados Unidos. Quién escribe la reseña, Cullen Murphy, dice lo siguiente:

"Does bad handwriting matter? In some ways, maybe not. Like everyone else, I tap away on a keyboard for 99% of all written communications. But nothing can replace the inmediacy an intimacy of words produced by a unique human hand". Y añade: "When Ronald Reagan decided to tell the world abut his battle with Alzheimer's, he wrote out his open letter with a fountain pen".

La propia autora, Ms. Florey, a propósito de la enseñanza de la escritura en estos tiempos, señala que "What would seem to make very good sense is to teach children a pleasantly legible handwriting that would also be fast". ¿Y por qué no? A mí me parece buena idea. Pero difícil: los niños van hoy con sus "laptops" a clase.

Lo que también me ha llamado la atención en el artículo es que al parecer fue el humanista italiano Poggio Bracciolini el introductor, hace 600 años, de lo que hoy conocemos como letra itálica. Y lo más curioso de todo es que yo conozco a varios Poggio.

La reflexión de la autora de 'Script and Scribble' se puede leer aquí: Preface: A Handwritten Life.

05 octubre, 2008

Argumento y estilo

Robert Saladrigas, en una recensión de 'Mañana', una novela de Graham Suit (Londres, 1949) en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia, explica de una forma meridiana algo que me parece importantísimo a la hora de escribir, precisamente lo que hace difícil escribir bien, la forma de narrar:

"Afirmar que la trama de una novela está siempre por debajo de la forma de narrarla debería ser una obviedad aunque diste de serlo. Lo ideal es que argumento y estilo se complementen hasta persuadirnos de que la historia sólo podía ser contada de aquella manera".

02 junio, 2007

Escritura y ficción


Carmen Balcells -editora- responde en el suplemento Fuera de Serie, del diario económico Expansión, a la pregunta de "¿Qué le aconsejaría a alguien que quisiera dedicarse a escribir?":
El trabajo de escritor necesita ocho horas de trabajo diario. Escribir es otra cuestión. Aunque yo no doy consejos, sólo órdenes, lo mejor es coger un cuaderno de notas y escribir una frase que describa la situación actual: "Hoy, día 4 de marzo, empiezo a escribir. Estoy en un avión que sobrevuela cualquier país". A partir de ahí, mucha disciplina. Con el paso de los años, hay algo que he descubierto sola y que casi no he exteriorizado: si a los niños se les acostumbrase en las escuelas a llevar un periódico y explicarlo, adquirirían una disciplina de concisión y orden mental impresionante. Hace unos años, cuando tuve problemas de movilidad sufrí mi mayor crisis. Aquella sensación tan terrible me hizo pensar en empezar un diario, donde dejo constancia de lo que hago cada día. Pero me he dado cuenta de que me autocensuro, a veces estoy a punto de hacer un comentario tan duro que me autocensuro.

***
En la misma revista, en otra fecha, el escritor egipcio Alaa Al Aswany -autor de "El edificio Yacobián" (editorial Maeva)- reflexiona acerca de si las novelas cambian la vida de las personas:

No es exactamente que las novelas nos cambien la vida. Hay libros que remueven algo en el interior de las personas, que cambian la visión que tenemos de algunas cosas o hacen aflorar sentimientos inesperados. Una buena manera de evaluar una ficción es preguntarse después de leerla si sentimos algo diferente. Si algo, aunque sea un ligero matiz, ha cambiado en nosotros es que la ficción es buena.
***
También sobre la escritura reflexiona J.J. Armas Marcelo en su habitual artículo en ABC de las Letras. El título es claro, "Escribir":
Escribir no es tan fácil. No hay que confundirlo -como hacen tantos- con redactar, que tampoco. A un malo escritor se le notan los defectos en la insistencia en el error, por querer ser más cuando se es menos. A un buen redactor incluso se le perdona la vida y se le puede premiar algún día con un galardón que nadie quiera. Por otra parte, algunos escritores de postín, cuando ganan un premio económicamente importante, lo justifican siempre de la misma manera: el dinero lo quieren para comprar tiempo y escribir. (...) No, escribir no es tan fácil como creen muchos lectores o como asumen algunos escritores que confunden la escritura literaria con la redacción de un texto cualquiera, desde una necrológica sin ganas hasta una invitación sin sentido alguno. (...) ¡Vaya vicio la escritura! Cuando le preguntamos a un escritor las razones de su obsesión por escribir descubrimos mil contestaciones más o menos vacías. Recuerdo, sin embargo, una muy buena y sin excusas del novelista Alberto Omar. "Me puse a escribir", dijo Omar, "porque quería ser alguien ante los demás". Parece respuesta de un escritor sincero frente a tanto mentiroso...

22 septiembre, 2006

Siempre atento

Tomás González (Medellín, 1950)* escribe para "El Cultural": Tengo cincuenta y seis años y he dedicado cuarenta o más a escribir o a pensar en lo que podría escribir. Hace más o menos seis meses que no escribo nada nuevo, pero sí pienso todos los días en lo que voy a escribir. Con el tiempo me he dado cuenta de que en este oficio aún más importante que escribir es mantenerse atento. Por eso creo que en la actividad de escribir, o de pensar en lo que se podría escribir, siempre se tiene éxito, pues nos obliga a mantenernos atentos.

(*) Novelista y poeta, autor de obras como Para antes del olvido, La historia de Horacio y Los caballitos del Diablo (Belaqva).

19 septiembre, 2006

Por qué escribo


No sé responder, o creo que tendría que pensarlo y no sabría exactamente qué decir. Me quedo, porque me veo reflejado, con la segunda razón que ofrece Italo Calvino.

Calvino, en respuesta a una pregunta de 'Liberation' responde y reproduce en un artículo en un suplemento cultural ('El Cultural'), las razones por las que él escribe. Son tres:

- Porque estoy insatisfecho con lo que he escrito y quisiera corregirlo de alguna manera, completarlo y proponer una alternativa. En este sentido nunca hubo una "primera vez" en que me pusiera a escribir. Escribir siempre fue un intento de lograr algo ya escrito y poner en su lugar algo que no sé si lograré escribir.

- Porque al leer a X (un X antiguo o contemporáneo) pienso: "Ah, cómo me gustaría escribir como X! ¡Lástima que eso esté totalmente fuera de mis posibilidades". Entonces intento imaginarme esa empresa posible, pienso en el libro que nunca escribiré pero que me gustaría poder leer y poder colocar junto a otros libros amados en una estantería ideal. Y, de repente, alguna palabra, alguna frase me viene a la mente... a partir de ese momento ya no pienso más en X ni en ningún otro modelo posible. En lo que pienso es en ese libro, en ese libro que aún no ha sido escrito y que podría ser ¡mi libro! Intento escribirlo...

- Para poder aprender algo que no sé. No me refiero ahora al arte de la escritura sino a lo demás, a algún saber o competencia específicos o a ese saber más general al que llaman "experiencia de la vida". Lo que más me anima a escribir no es el deseo de enseñar a los demás lo que sé o creo saber sino, al contrario, la conciencia dolorosa de mi incompetencia. Por lo tanto, ¿mi primer impulso sería el de escribir para fingir una competencia que no tengo?. Pero para ser capaz de fingir debo, en cualquier caso, acumular informaciones, nociones y observaciones; debo llegar a imaginar el lento acumularse de una experiencia. Y eso sólo puedo hacerlo en la página escrita, donde espero capturar, al menos, algún rastro de un saber o de una sabiduría que en la vida apenas he rozado y que enseguida he perdido.

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...