Portada de Arnoldo Mondadori Editori |
Después de un Gabo enlacé con otro Gabo, así es como llegó el turno de leer «El amor en los tiempos del cólera» en una primera edición de Bruguera (Diciembre, 1985) de su colección Narradores de Hoy que, tengo que confesar, no sé de dónde salió.
"Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados", así comienza la novela que "refiere la epopeya sentimental de un amante repudiado que en el curso de su larga vida, desde el furioso incendio juvenil hasta las brasas crepusculares de la vejez, ha mantenido una infidelidad inquebrantable a la antigua novia". Así, de forma tan dramática, se resume en la solapa interior lo que uno encuentra en este libro de García Márquez. Y si a alguien le mueven a la curiosidad esas lineas lo mejor que puede hacer -yo lo recomiendo- es dejarse conmover por esta historia de amor en los tiempos del cólera. Hay muchas novedades en las librerías pero uno nunca se equivoca si prefiere dejarse seducir por el Nobel colombiano.
Algunas frases que subrayé mientras leía:
- "La miró de frente con los cinco sentidos para fijarla en su memoria como era en aquel instante: parecía un ídolo fluvial, impávida dentro del vestido negro, con los ojos de culebra y la rosa en la oreja".
- "... y tan cerca de ella que percibió las grietas de su respiración y el hálito floral con que había de identificarla por el resto de su vida".
- "Era todavía demasiado joven para saber que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos...".
- Había una casa abajo, junto al estruendo de las olas desbaratándose contra los cantiles, donde el amor era más intenso porque tenía algo de naufragio".
- "... y sólo entonces descubrió que se le estaba pasando la vida. Lo estremeció un escalofrío de las vísceras que lo dejó sin luz...".
- "Sentía que el tiempo de la vejez no era un torrente horizontal, sino una cisterna desfondada por donde desaguaba la memoria".
P.D.- «El amor en los tiempos del cólera» ha sido mi última lectura en los años que he vivido en Nueva York. Terminé de leer la novela recostado en una farola de la calle 77 -buscando la luz que una noche del mes de junio me robaba-, en la esquina con Columbus Avenue, sorteando inmóvil a los transeúntes del paso de cebra y al lado de la bulliciosa terraza de Isabella's.