Nada más comenzar la lectura de “El lector” (Anagrama), de Bernhard Schlink (Bielefeld, 1944), me di cuenta de que –aunque yo no la había visto- existía una versión cinematográfica de la novela protagonizada por Kate Winslet. Por esta razón o porque en algún momento de somnolencia descuidé algún detalle en las primeras páginas, no conseguí visualizar a su protagonista, Frau Schmitz.
Cuando hablo de visualizar me refiero a imaginar y entender claramente el caracter de un personaje. Uno de los mejores efectos que puede producir la lectura literaria es enamorarse de los personajes que habitan las páginas del libro. Y es en su credibilidad, en su carnalidad y en la capacidad para captar su alma, donde se juega el escritor una parte enorme de su complicidad con el lector.
Precisamente con ‘El lector’ no pude ponerle una cara y un caracter definido al personaje de Frau Schmitz cuando en la primera parte del libro se convierte en la mujer que seduce al adolescente enfermizo, pero tampoco después cuando la historia muestra su relación con los nazis y el campo de exterminio de Auschwitz. Es en esta segunda parte cuando comenzamos a saber quién era ella y cuando la novela gana o pretende ganar en profundidad, pero es también cuando las vicisitudes del juicio hacen espesar de alguna forma la narración. Quizá le pesa a Schlink su experiencia como juez.
Pero, como siempre, lo mejor es leer para opinar, y ‘El lector’ es una novela bien escrita que sin duda se puede leer. Y, aunque no es frecuente, puede que en esta ocasión la versión cinematográfica haya superado en calidad a la obra literaria.
Puedes ver el trailer de la película (The reader) haciendo click aquí.
Algunas de las frases que subrayé mientras leía:
- “Los ruidos del mundo exterior, del ocio en el patio o en el jardín, o en la calle, penetran amortiguados en la habitación del enfermo. Y dentro de ella florece el mundo de las historias y los personajes de las lecturas”.
- “A veces un final doloroso hace que el recuerdo traicione la felicidad pasada”.
- “Yo sabía por propia experiencia que la vergüenza puede forzarlo a uno a mostrarse esquivo, a ponerse a la defensiva, a ocultar y desfigurar las cosas, incluso a herir a los demás”.
- Fui de Boston a Nueva York en tren. Los bosques relucían en tonos marrones, amarillos, naranjas, castaños y rojizos, y en el rojo encendido del arce”.
1 comentario:
Los comentarios de mis lectores me llegan a lo más profundo de mi corazón...
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