Pestañas

28 noviembre, 2011

Apuntes V (Una mujer me espera en el Metropolitan)

Young Woman Drawing. 1801. Marie-Denis Villers
Oil on canvas
Veo gente corriendo (running), paseando, mirando el plano para orientarse, paseando a niños y perros minúsculos con extrañas y ridículas vestimentas. Se escuchan otros acentos (una chica manotea en el aire mientras habla un italiano musical). Todo mientras llueven lágrimas amarillas y el viento zarandea las hojas dispersas por el suelo. Gente que pide a otra gente fotografiarse en los puentes y contra los árboles que se desnudan de otoño. Arrecia el viento y zumban las ramas como instrumentos de cuerda que acompañan esta mañana luminosa de noviembre plena de azul y ocres; el mismo cielo de Madrid que derrama su luz sobre Central Park. 

Camino apresurado, me espera una mujer. A mi derecha, en el paseo, Romeo y Julieta se besan ajenos al otoño, él inclinado sobre ella, sujeta por la cintura (gift of George Delacorte). Debajo de un arce, repleto de brochazos bermellón, hay varias personas haciendo cola en un puesto de Wafels & Dinges que enarbola una bandera alemana. El cálido perfume de los wafels me acompaña mientras bordeo el Great Lawn hasta llegar al pequeño túnel que se llena con las notas cadenciosas del hombre del saxofón.

Entro al fin en esta casa, y está ella. Primero la veo a través de la puerta de cristal tras subir las escaleras de piedra. Parece distraída pero ya mira como lo hace siempre cuando vengo a verla. Lavanta la vista de su carpeta -no sé bien si escribe o dibuja- y me mira sin sorpresa. Fija sus ojos en mí y yo en los suyos y conversamos en silencio. Nunca le he dicho mi nombre, y yo sólo puedo adivinar el suyo: Marie, Marie-Denis. Está sentada y viste de blanco. Parece un sudario, pienso, pero es un vestido ligero ceñido por una cinta rosa debajo del pecho y anudada a la espalda. Aunque sentada, se inclina hacia adelante junto a la ventana aprovechando la luz de este día soleado. Probablemente dibuja -ahora me fijo mejor y en su mano veo un pincel- sujetando una carpeta grande con cintas donde parece que asoma un papel de dibujo. Pero no puedo ver lo que pinta, y no me atrevo a preguntarle, quiero que ella me lo enseñe. 

No tiene frío. El cristal de la ventana está roto (yo también dibujaba ventanas de cristales rotos) y deja pasar una brisa cálida. A lo lejos, a espaldas de Marie -ella también lo habrá visto antes- una pareja conversa como nosotros y, no sé bien por qué, imagino que se dicen palabras de amor. Me mira y veo reflejos dorados en su pelo que peina con algunos tirabuzones a los lados y recogido en lo alto en un moño que sujeta con un pasador que me pareció al principio otro pincel. Y veo el broche dorado con forma de rombo que sujeta la pañoleta entorno a su cuello. Pero es sólo un instante porque no puedo apartar la mirada de sus ojos azules. Me interrogan, piden ayuda, me cuentan una historia triste que no puedo desvelar, y entonces me doy cuenta de que es muy joven, y que su boca pequeña, de labios finos, apenas ha besado. Siento un escalofrío. Tengo que marcharme, le digo, aunque no quiero dejarla. Espérame, volveré para verte, pienso.

French, 1774-1821
1801
Oil on canvas

At one time ascribed to Jaques-Louis David, this engaging image has now been recognized as the work of Marie-Denis Villers. Although little known today, Villers was a gifted pupil of Girodet and exhibited in the salons, where her portraits attracted attention. This canvas, which was exhibited in the 1801 Salon, may be a self-portrait.

Mr. and Mrs. Isaac D. Fletcher Collection,
Bequest os Isaac D. Fletcher, 1917
17.120.204
New York

21 noviembre, 2011

La poesía de Antonio Colinas en «Desiertos de la luz»

Comenzaré esta entrada tomando prestadas las palabras con las que empieza también Ignacio Sanz una reseña que he leído hace pocos días en La Tormenta en un Vaso: «La poesía es un género escurridizo que a veces se escapa entre las manos cuando tratamos de analizarlo». Y es que no hay mejor definición para la poesía que la de género escurridizo, al menos en el sentido de que para mí ha sido un terreno poco transitado aunque añorado al mismo tiempo, sabiendo que me estaba perdiendo algo importante. Con esa mala conciencia hice el propósito de leer poesía.

El propósito era antiguo, pero más firme desde que me topé hace ya tres años precisamente con un poema de Antonio Colinas, Morada de la luz. Tanto me gusto que lo transcribí en una entrada en el blog que puedes leer aquí. E igual que antes comprábamos un LP (Long Play) de nuestro cantante o grupo favorito después de que nos hubiera gustado mucho el single, así tenía yo ganas de hacerme con este «Desiertos de la luz» (Tusquets Editores, Marginales. 2008), de AntonioColinas (La Bañeza, León. 1946). Y con la misma sensación que entonces, he descubierto que esa canción que ya conocía era lo mejor de todo el disco, en este caso del poemario. Dividido en dos partes, Cuaderno de la vida y Cuaderno de la luz, me gustó más esta última, aunque en ambas encontré motivos suficientes para poder decir que ha sido un encuentro más que satisfactorio. Pero como siempre -lo mejor, sin duda-, es dedicar un tiempo -pequeño- a leer este pequeño libro de poesía.

Para poner el cierre a esta entrada, pido de nuevo prestadas las palabras, esta vez a Antonio Munoz Molina, que esta misma semana tambien definía la poesía a su manera, muy bella por cierto, en una de las entradas de su blog Escrito en un instante

«La poesía es un telescopio para acercar lo que está lejísimos, un periscopio invertido para descender a lo que está oculto, un microscopio para distinguir lo invisible a simple vista, una lente de precisión para hacer nítido lo que era vago y confuso». 

P.D.- Y, ahora, cambio de registro radical para leer «Libertad», de Jonathan Franzen, "el acontecimiento literario del año". Ya veremos, y ya lo contaremos. 

14 noviembre, 2011

«Necrópolis», mi descubrimiento de Santiago Gamboa

Santiago Gamboa, con gafas redondas de pasta y el pelo ensortijado, era uno de los cuatro escritores reunidos entorno a una mesa para hablar sobre "Identity's dreams: sueños literarios de la nueva América Latina", en una de las sesiones literarias organizadas por Americas Society, en Nueva York. En la sede de esta institución -un palacete en Park Avenue que en otros tiempos fue embajada de la U.R.S.S.- Gamboa, nacido en Bogotá en 1965, estaba acompañado por otros tres escritores: Francisco Font acevedo (Chicago, 1970), Karla Suárez (La Habana, 1969) y Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977). 

En aquel encuentro, donde se habló en español sobre las ciudades de la literatura, donde la identidad es un problema de distancia, del concepto de desubicación (Neuman), de la imaginación como viaje interior o viaje inmóvil (Font) y de literatura sin pasaporte, es donde sentí el deseo de leer a Santiago Gamboa, periodista y escritor colombiano que estudió Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid y que era, de los cuatro autores, quien me pareció que hablaba de forma más serena e interesante y quien, citando a Rodrigo Fresán, dijo que «la patria de un escritor es su biblioteca».

Así llegué a «Necrópolis» (Editorial Norma) y descubrí a Santiago Gamboa en esta novela que fue premio La otra orilla en 2009, pero que ya había publicado anteriormente otras obras, entre ellas la bien considerada por la crítica El síndrome de Ulises (Seix Barral). Después de haber leído a Edmundo Paz Soldán y más recientemente a Roberto Bolaño, diría que Gamboa es una continuación de ambos -que nadie se enfade si digo esto y suena excesivo-, al menos un reflejo pálido, quizá más por lo temas y los personajes que por la forma de escribir. Con la excusa de un congreso literario, Gamboa nos presenta las extrañas historias de varios de su personajes, unas más sólidas que otras, como las de los dos ajedrecistas amigos o la excéntrica actriz porno italiana. “Me gusta hacer los libros así, que sean de una lectura agradable, que se abra a historias diversas pero que estén hilvanadas por los temas importantes que debe tratar la literatura: la amistad, la muerte, la traición”, dice Gamboa en una entrevista en QuéLeer.

«Necrópolis» es una de esas novelas que uno lee disfrutando de lo que lee, y creo que no hay mejor recompensa precisamente para un lector. Eso sí, hay que advertirlo, a veces los pasajes sexuales, ni siquiera eróticos, subidos de tono -escritos con una asepsia deslumbrante-, podrían herir la sensibilidad del lector.

  • Algunas frases que subrayé mientras leía:

 - La vejez ama la juventud como el deterioro y la fealdad aman la belleza. 

- ... ahí tienes tu respuesta: escribo para poder ser otro.

- Entonces se dedicó a las cosas sencillas, que era un modo de decir: a la vida feliz.

- Fijate en la arena, está hecha de diminutas piedras y cristales. Cuando una de esas partículas se hunde es cubierta por otra, por otras diez, cien o mil, e igual nos ocurrirá a nosotros, ¿no crees?

- Las vidas son como las ciudades: si son limpias y ordenadas no tienen historia. Es en la desgracia y en la destrucción donde surgen las mejores.

Santiago Gamboa
- Yo me fui porque quería respirar otro aire y conocer el mundo, pero a medida que avanzaba el mundo se fue haciendo cada vez más grande y aún no he podido acabar de conocerlo, por eso sigo dando vueltas, me he ido quedando afuera sin otro motivo que ese...

- En la periferia de nuestros bellos países hay un aterrador mundo exterior repleto de vida, un sol negro que se extiende por varios continentes y que, tras el primer impacto, revela su belleza. Lo que se ve en la superficie es horrible y cruel, pero lentamente emerge la belleza; en nuestro mundo, en cambio, la superficie es hermosa y todo esplende, pero con el tiempo lo que se manifiesta es el horror.

  • [Vídeo] Santiago Gamboa habla sobre «Necrópolis», aquí. 

P.D.- Y ahora me sumergiré en las tranquilas aguas de la poesía de Antonio Colinas.

07 noviembre, 2011

Construir una historia

Mario Vargas Llosa
Uno de los libros que me quedan por leer, que quiero leer, es «Cartas a un joven novelista», de Mario Vargas Llosa, recientemente reeditado por Alfaguara. En realidad ni uno es joven (tampoco diría yo mayor...) ni novelista, pero -al menos- de ambas cosas hay una que es posible corregir, y es la segunda: escribir una novela. 

Ya sé que Cartas a un joven novelista no es un libro de autoayuda para escribir una novela en tres semanas pero me apetece leer qué consejos da y cómo lo cuenta Vargas Llosa, porque como leí en la reseña del libro que realizó Ecdótica, uno de los últimos párrafos ya advierte sobre qué hacer: «Querido amigo: estoy tratando de decirle que se olvide de todo lo que ha leído en mis cartas sobre la forma novelesca y que se ponga a escribir novelas de una vez».

Pero sobre todo también porque me maravilló la forma en que Vargas Llosa explica en su discurso del Nobel -Elogio de la lectura y la ficción- qué es y qué significa construir una historia:

«Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. "Escribir es una manera de vivir", dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.»

P.D.- La semana pasada me trajeron de Madrid dos nuevos libros: «Desiertos de la luz», poesía de Antonio Colinas, y «2666», novela de Roberto Bolaño.

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...