Pestañas

26 diciembre, 2011

26 libros y diez mil páginas

26 son los libros que he leído en 2011.
Termina este año 2011 y parece que es el momento de hacer balance de todo, incluso de lo que uno ha leído. Pero no lo haría yo si no hubiera sido porque hace pocas semanas descubrí que la aplicación que traslada mi librería al mundo virtual -Anobii- ya lo había hecho por mí. Por eso sé ahora que en 2011 he leído 26 libros, con un total de casi diez mil páginas, en concreto -por lo visto ni una más ni una menos- 9699 páginas. Pero también lo que leí un año antes: 14 libros y 4420 páginas. De esa forma se puede ver que prácticamente he doblado el número de libros  de 2010, algo que efectivamente ha sucedido en el caso del número de páginas leídas. Y puedo deducir, por tanto, que he leído de media poco más de dos libros al mes o, lo que es lo mismo, 808 páginas mensuales, o unas 27 páginas diarias.; y que cada uno de los 26 libros tenía una extensión media de 373 páginas. En definitiva, pura estadística de andar por casa. Pero ¿tiene sentido este tipo de análisis cuantitativo? Creo que ninguno, más allá de la curiosidad y del valor simbólico que cada uno le quiera otorgar.

Placer solitario
Todo este preámbulo me sirve para intentar responder a una pregunta: ¿leo mucho o leo poco? Me lo pregunto porque hay gente que me conoce, que sabe que me gusta leer y que escribo este blog sobre libros, y piensa que me paso todo el tiempo leyendo. Diez mil páginas en un año ¿son muchas o pocas?; 26 libros al año ¿son muchos o pocos?; leer 27 páginas al día ¿es mucho o es poco? La respuesta inmediata es que habrá gente que al cabo del año lea más o mucho más que yo y gente que lea menos o mucho menos que yo. Tampoco sé si la intensidad e la lectura debe medirse en términos de cantidad o de calidad.  En mi caso leo lo que quiero, al ritmo que quiero, lo que puedo y lo que me apetece, sin ningún objetivo predeterminado. Sé de algunos, sin embargo, que se fijan por ejemplo una meta de 50 libros al año, como si alcanzar esa cifra diera la justa medida de su voracidad lectora y conseguirlo les hiciera merecedores de la medalla al mérito lector. Yo entiendo la lectura como un placer solitario, lento y pausado, donde uno -si lo que lee le gusta o incluso le conmueve-, no tiene ninguna prisa por terminar.

Mis 26 libros de 2011
Por si a alguien le interesa, y a modo de resumen del año, estos son los 26 libros leídos en 2011 -en orden cronológico-, que he ido comentando en La Palabra Infinita (puedes hacer click sobre cada titulo para ver su correspondiente entrada):

1.- El arma de los invisibles (Jose Manuel García-Otero).
2.- Ojos de agua (Domingo Villar).
3.- El tiempo envejece deprisa (Antonio Tabucchi).
4.- La casa verde (Mario Vargas Llosa).
5.- Sukkan Island (David Vann).
6.- Érase una vez Manhattan (Mary Cantwell).
7.- La vieja sirena (José Luis Sampedro).
8.- La cuarta carabela de Colón (Carlos Oviedo).
9.- Lo que me queda por vivir (Elvira Lindo).
10.- El cementerio de Praga (Umberto Eco).
11.- Norte (Edmundo Paz Soldán).
12.- Ventanas de Manhattan (Antonio Muñoz Molina).
13.- El valor de educar (Fernando Savater).
14.- La playa de los ahogados (Domingo Villar).
15.- Vive como puedas (Joaquín Berges).
16.- El jinete del silencio (Gonzalo Giner).
17.- Los enamoramientos (Javier Marias).
18.- 1Q84 (Haruki Murakami).
19.- Un matrimonio feliz (Rafael Yglesias).
20.- Bestiario (Julio Cortázar).
21.- Hoy, Jupiter (Luis Landero).
22.- Emaús (Alessandro Baricco).
23.- Los detectives salvajes (Roberto Bolaño).
24.- Necrópolis (Santiago Gamboa).
25.- Desiertos de la luz (Antonio Colinas).
26.- Libertad (Jonathan Franzen).

Además, he seleccionado en negrita mi propia lista de los 10 libros que, por diferentes razones, más me han gustado, aunque me duela dejar fuera -por no sobrepasar la decena- las dos novelas policiacas de Domingo Villar. Lo que sí me hace alguna ilusión es que entre esta lista figuren el primer y segundo libro (Los enamoramientos y Libertad) de la lista de los 25 mejores libros de 2011 que publica El País. Por último,  algunas curiosidades: de los 26 dos fueron e-books (Sukkan Island y Los enamoramientos), que entre todos ellos solamente uno (Sukkan Island) lo leí en inglés, que uno era un ensayo (El valor de educar) y otro un libro de poesía (Desiertos de la luz).

P.D.- Confieso que en esta última semana del año probablemente tenga tiempo para leer otro libro, que haría el número 27, aunque prefiero no tenerlo en cuenta porque -llegados a este punto- descolocaría por entero la redacción de esta entrada.

19 diciembre, 2011

«Freedom» o la «Libertad» de Jonathan Franzen

Creo que debo empezar con algunas consideraciones: la primera, personal y circunstancial, es que «Freedom» o «Libertad» ha sido para mí el último libro leído en Nueva York, la ciudad donde he vivido los tres últimos años de mi vida, y que ahora cambio de nuevo por Madrid. La segunda, que ya había escrito sobre la novela de Franzen en esta misma Palabra Infinita en una entrada titulada 'Freedom o el libro papagayo de Jonathan Franzen', eso sí, bajo una óptica distinta a la puramente literaria. Y la tercera y última, más orientada a lo que ahora nos trae en definitiva, es más bien una sentencia: "Yo soy un lector, no un crítico literario", o dicho lo mismo en inglés, que parece que queda mejor, "I'm a reader not a literary critic".

Digo esto último porque no es mi papel -me gustaría decir que no hago reseñas- y porque me parece de un atrevimiento descomunal enjuiciar «Libertad» de Jonathan Franzen (Ediciones Salamandra. Madrid, 2011) después de leer a los que ya lo han hecho de una forma tan brillante. Qué decir de una novela que el director de The New York Times Book Review ya calificaba en la primera línea de su crítica como "obra maestra de la ficción americana", como refleja Antonio Lozano en su artículo de La Vanguardia -Jonathan Franzen: Construcción de un fenómeno-. Y mucho menos después de leer en Twitter lo que alguien (podría decir el nombre del usuario pero creo que no aporta nada sustancial) reflexionaba sobre su lectura de la última novela de Franzen: "Leer Libertad obliga a pensar sobre las servidumbres que esclavizan al occidental contemporáneo en plena crisis de valores".

Por eso, y aunque no me gusta demasiado el corta y pega, seguro que es más valioso que lo que yo pueda aportar lo que ya han dicho sobre el autor y de la novela. Por ejemplo, Alex Star, editor jefe del suplemento literario de The New York Times, dice de Libertad: “Con ella Franzen intentaba hacerlo todo a la vez: crear una obra ambiciosa intelectualmente, que emocionara profundamente, que abarcara algunas de las cuestiones más acuciantes de la sociedad americana de hoy, que fuera sofisticada… [...] Otros, en cambio, escriben obras muy emocionantes pero no exploran la sociedad y los tiempos que corren. Alguien que empieza por titular su libro Libertad ya anuncia la medida de su reto, que en su caso implicaba en buena medida retratar cómo Estados Unidos se ha visto a sí misma desde el 11-S.”

También es interesante lo que cuenta Lorin Stein, editor de The Paris Review: “Yo diría que sus personajes, especialmente en Libertad, están  dotados de una realidad que los desmarca de la mayoría de los que encontramos en el resto de novelas. Uno los recuerda como si fueran gente a la que hubiera conocido. Creo que cada vez teme menos cometer errores, no le asusta escribir de manera poco artística o plana y, así, cubrir grandes extensiones de  terreno narrativo con celeridad. Escribe con una sólida convicción –un sentido de lo que significa la historia que tiene entre manos–, que resulta muy infrecuente hoy en día, en particular en novelistas de su capacidad intelectual”.

Lo que puedo añadir por mi parte es que he disfrutado leyendo las 667 páginas de Libertad. Que tardé un poco en entrar en los entresijos de la historia pero que, efectivamente, los personajes, para mí especialmente Patty, -a los que el autor va dedicando distintas partes del relato- tienen un imán y una atracción especial. Al respecto explica Franzen en una entrevista muy interesante en el diario argentino La Nación: "En ausencia de la invención, la autobiografía más profunda no es posible. Y sin embargo, no sé por qué, la gente necesita pensar en la ficción como autobiografía disfrazada. Tal vez todo venga de un prejuicio muy protestante: que la ficción es mentira". Que si hace un retrato de la sociedad americana en particular no lo sé exactamente, pero que la historia atrapa, sí. Que si es un alegato ecologista sobre el cuidado de determinada especie de ave, tampoco estoy seguro. Que si hasta esta novela no se había visto nada igual -y por eso se puede hablar de obra maestra de la ficción americana-, no puedo decirlo.

Que es una novela que mueve, conmueve y que merece la pena leer, diré que sí como lector, que es lo que a mí más me interesa. Que tampoco hace falta que sea corriendo (a lo que nos empuja la maquinaria del marketing y los suplementos literarios como los citados más arriba) también. Será seguro un libro que envejecerá bien y cualquier momento será el adecuado para leerlo.

P.D.- Como me comprometí aquí mismo, he comenzado ya a leer algunos de los relatos de Raymond Carver.

12 diciembre, 2011

Palabra de Carver

Raymond Carver (1939-1988)
Confieso mi ignorancia si digo que no he leído a Raymond Carver, el gran maestro norteamericano del relato breve, aunque espero que este reconocimiento vergonzoso sirva al menos como primer paso para corregir -algunos no me lo podrán perdonar pero me lo recomendarán fervientemente- esa ausencia en mi itinerario lector. Ya tengo incluso en mis manos el remedio, su última colección de relatos publicada, «Where I'm calling from», que ni siquiera he tenido que comprar: estaba en casa y es el libro que mi hija tuvo que leer en su clase de inglés en High School, lo que aún añade más leña a mi bochorno. 

Pero lo que trae a Raymond Carver por aquí, a la Palabra Infinita, es un texto que recuperé impreso hace ya varios meses, probablemente con origen en algún tuit cuyo autor me perdonará que no mencione -como es de rigor- simplemente por descuido. Es un artículo firmado por el propio Carver donde cuenta algunos de sus pensamientos e ideas a la hora de enfrentarse al proceso de escritura. Como siempre, lo mejor es acudir al texto original, titulado «Escribir un cuento», pero he querido extraer y compartir dos partes de ese texto que me resultaron muy interesantes:

Provocar un escalofrío en la espina dorsal del lector
«Tanto en la poesía como en la narración breve, es posible hablar de lugares comunes y de cosas usadas comúnmente con un lenguaje claro, y dotar a esos objetos —una silla, la cortina de una ventana, un tenedor, una piedra, un pendiente de mujer— con los atributos de lo inmenso, con un poder renovado. Es posible escribir un diálogo aparentemente inocuo que, sin embargo, provoque un escalofrío en la espina dorsal del lector, como bien lo demuestran las delicias debidas a Navokov. Esa es de entre los escritores, la clase que más me interesa. Odio, por el contrario, la escritura sucia o coyuntural que se disfraza con los hábitos de la experimentación o con la supuesta zafiedad que se atribuye a un supuesto realismo. En el maravilloso cuento de Isaak Babel, Guy de Maupassant, el narrador dice acerca de la escritura: Ningún hierro puede despedazar tan fuertemente el corazón como un punto puesto en el lugar que le corresponde».

Pronto vi la historia y supe que era mía
«Al fin tomé asiento y me puse a escribir una historia muy bonita, de la que su primera frase me dio la pauta a seguir. Durante días y más días, sin embargo, pensé mucho en esa frase: Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Sabía que la historia se encontraba allí, que de esas palabras brotaba su esencia. Sentí hasta los huesos que a partir de ese comienzo podría crecer, hacerse el cuento, si le dedicaba el tiempo necesario. Y encontré ese tiempo un buen día, a razón de doce o quince horas de trabajo. Después de la primera frase, de esa primera frase escrita una buena mañana, brotaron otras frases complementarias para complementarla. 
Puedo decir que escribí el relato como si escribiera un poema: una línea; y otra debajo; y otra más. Maravillosamente pronto vi la historia y supe que era mía, la única por la que había esperado ponerme a escribir».

P.D.- Si has leido a Carver me gustaría saber si al hacerlo sentiste un escalofrío en la espina dorsal.

05 diciembre, 2011

Modos de leer y derechos del lector

La lectora (G. M. Ceballos)
Esta semana me he encontrado con dos textos que hablan sobre la lectura y los lectores, dos partes de la misma ecuación. El primero  de ellos -sobre el modo de leer- en ojosdepapel.com Se trata de una reseña de hace ya varios años sobre una biografía de Borges escrita por Fernando Savater, «Jorge Luis Borges, la ironía metafísica» (Ediciones Omega, Barcelona 2002). El segundo -sobre los derechos del lector- en una entrada en El Taller Literario-Blog para escritores, titulada Los 10 derechos imprescriptibles del lector de Daniel Pennac, de quien después he sabido que es un escritor francés.

Aunque recomiendo leer ambos textos, me permito transcribir aquí alguna de las partes que más me llamaron la atención en cada uno de ellos: 

¿Qué significa tener todos los libros leídos?
«Leer todos los libros no es especializarse perezosamente en una competencia para así agotar los volúmenes de esa materia; leer todos los libros no es aherrojarse, no es contentarse con un plan o un itinerario de obras y de textos, parejos y comunes, no es marcarse los ejemplares en un orden sucesivo y previsible para evitar decepciones y sorpresas. El mejor modo de leer, aquel en el que acto es formativo hasta volverse propiamente un arte, es el del riesgo, la indisciplina, la intuición errabunda, la reconstrucción tentativa de un camino, de los atajos y senderos. No hay un plan, hay un tanteo que nos lleva a la gran literatura sin orden, en un continuo vaivén, buscando que aquel libro posterior fertilice la lectura del anterior, buscando que las referencias múltiples y contradictorias nos llenen el interior. Ése era el modo paradójico de lectura que proponía Borges.

[...] Leer desordenadamente es hedonismo, es entusiasmo y es placer, es buscar resonancias, es acceder a las obras para dejarse sorprender, para hallar a nuestros interlocutores, para hacer y rehacer nuestros modelos de excelencia y de deleite»

Los derechos del lector
«Como cualquier enumeración de derechos que se respete, la de los derechos a la lectura debería empezar por el derecho a no hacer uso de ellos —y en este caso con el derecho a no leer—, sin lo cual no se trataría de una lista de derechos sino de una trampa viciosa. Para comenzar, la mayoría de los lectores se conceden a diario el derecho a no leer. Mal que le pese a nuestra reputación, entre un buen libro y una mala película de televisión, la segunda sale ganando con más frecuencia de lo que nos gustaría confesar».

P.D.- Ya he entrado en la recta final de «Libertad», de Jonathan Franzen. 

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