Pestañas

30 enero, 2012

«La metamorfosis» de Borges, digo de Kafka...



Editorial Losada, 1967 (sexta edición)
El equívoco del título -imperdonable- se debe únicamente a que he leído una edición del relato del autor checo prologada por el argentino Jorge Luis Borges. Se trata de un pequeño librito que rondaba por casa -una edición de la Editorial Losada, de Buenos Aires, (Biblioteca Clásica y Contemporánea) de 1967 (sexta edición)- y que no sé decir de dónde ha salido. El papel tiene ya ese tono amarillento y el olor característico de los libros de hace más de 40 años. Pues bien, he leído «La metarmofosis» ahora, digamos ya en la madurez, cuando probablemente debiera haber sido una lectura de juventud. Tendré que apelar al "nunca es tarde..." para evitar cualquier lamento y afirmar que mereció la pena no sólo por conocer finalmente esta «terrible fábula de la incomunicación humana», sino algunas de las circunstancias del relato y de su autor.
 
Argumento y ambiente
La obra fue escrita en 1915 por Franz Kafka, nacido en el barrio judío de la ciudad de Praga en 1883. Borges afirma que «era enfermizo y hosco: íntimamente no dejó nunca de menospreciarlo su padre y hasta 1922 lo tiranizó. [...] De su juventud sabemos dos cosas: un amor contrariado y el gusto de las novelas de viajes». Kafka murió en 1924 en un sanatorio cerca de Viena. «Desoyendo la prohibición expresa del muerto -continúa Borges-, su amigo y albacea Max Brod publicó sus múltiples manuscritos. A esa desobediencia feliz debemos el conocimiento cabal de una de las obras más singulares de nuestro siglo». Quizá, casi cien años después de ser escrita, esa singularidad sea menor. Quiero pensar que el efecto que tuvo a principios del siglo XX el relato del bueno de Gregorio Samsa convertido en un «monstruoso insecto» sería muy distinto del que podría tener hoy, acostumbrados como estamos al absurdo en cualquiera de las disciplinas artísticas. Y aunque he podido leer numerosos enfoques sobre el posible significado de este sórdido relato, me quedo con la observación que propone el propio Borges: «El argumento y el ambiente son lo esencial: no las evoluciones de la fábula ni la penetración psicológica». Según el argentino «dos ideas -mejor dicho, dos obsesiones- rigen la obra de Franz Kafka. La subordinación es la primera de las dos; el infinito, la segunda». Algo sin duda más fácil de entender es a lo que nos referimos cuando hablamos de una «situación kafkiana», sobre todo después de leer el relato y explicar Borges que «la más indiscutible virtud de Kafka es la invención de situaciones intolerables».

Pero otro de los descubrimientos, aparte de la propia lectura, tiene que ver con la discusión sobre  la autoría de la primera traducción al español de «La metamorfosis». Al parecer atribuida al propio Borges, otros estudiosos confirman que fue traducida por primera vez al castellano en 1925 -adelantándose a las primeras traducciones inglesas y francesas de Kafka- posiblemente por Margarita Nelken para Revista de Occidente

Y como siempre, lo mejor, recomendar leer «La metamorfosis» si alguien no lo ha hecho todavía para conocer la obra y poder opinar. Y aunque es un relato muy breve, para quien prefiera una versión diferente, dejo aquí las dos partes de la adaptación de la obra de Kafka realizada por Hipotálamo Films.



« Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos ».



P.D.- Creo que después de este librito es hora ya de vencer ese jet-lag lector que me atenaza y embarcarme en nuevas y excitantes lecturas.

23 enero, 2012

La memoria subliminal de lo vivido



Paseando el otro día la mirada por la librería de casa (muchas veces es como volver a encontrarse con viejos amigos), me detuve en un libro del psiquiatra Enrique Rojas, «¿Quién eres? De la personalidad a la autoestima», publicado en 2011 por Temas de Hoy. Lo saqué de la estantería y pasando páginas y releyendo alguno de los subrayados de la lectura que hice entonces (hace ya más de 10 años) me encontré con algunas ideas a propósito de la cultura que me llamaron la atención. Venía al caso de que, al trazar un balance correcto sobre el conocimiento de uno mismo -afirma Enrique Rojas- «se deben considerar tanto los puntos positivos como los negativos de los distintos aspectos de la persona: físicos, psicológicos, de conducta, cognitivos, asertivos y culturales». 

Un valioso elemento de la autoestima
Respecto a estos últimos, los aspectos culturales,  anotaba lo suiguiente a pie de página:  «La cultura es un elemento muy valioso en la configuración de la autoestima. Significa conocimiento teórico y práctico para no perecer en la espesa selva de informaciones que hoy nos llegan ni en el infierno de hechos, comentarios, sucesos y cosas. La cultura es un salvavidas para no hundirse en el mar de la confusión que nos rodea. La cultura es la apologética de los grandes valores eternos, que nos ayuda a saber a qué atenernos. La cultura es la memoria subliminal de todo lo vivido, el subsuelo de lo que sabemos.

La lengua es uno de los vehículos principales de la cultura. Cada forma de hablar y de escribir constituye un modo de describir el paisaje y situarnos en un contexto. Yo entiendo la cultura como la artesanía del conocimiento, un saber de cinco estrellas que humaniza al hombre y lo mejora mediante dos promesas estelares: la ética y la estética; normas morales y belleza. Nunca puede ser un añadido meramente decorativo, brillante e insustancial. Si la cultura no hace más humano y más libre al hombre, no me sirve, no puede conservar su nombre.

Cuando alguien posee una buena dosis de cultura en la dirección que acabo de apuntar, tiene muchas posibilidades de experimentar en su interior la autoestima».

Sobre el libro, conservaba entre sus páginas la reseña que realizó Carmen Rodríguez Santos en ABC Cultural, donde señalaba que «con un lenguaje muy accesible y claridad expositiva, Enrique Rojas aborda los innumerables ángulos de la personalidad (basada en  tres factores: herencia, ambiente y experiencia de la propia trayectoria) y los transtornos que provocan su desestructuración e impiden su correcto desarrollo».

16 enero, 2012

Yo quiero ser editor



© Cherry clockwise
Lo de ser lector aficionado está muy bien pero le convierte a uno en un sujeto pasivo, un parásito que  vive la vida de miles de personajes instalado en  la comodidad de su propia butaca. Aparte del disfrute que obtiene del hecho de leer, el lector únicamente es dueño de su poder de elección sobre qué leer y cuándo hacerlo. Sin embargo, si te gusta leer pero también te gusta el mundo de los libros en general y quieres dar un paso más, aventurarte en otros vericuetos relacionados con ese objeto que utiliza el lector, lo mejor es abandonar la butaca y pasar a la acción. Y para ello se me ocurre que se pueden tomar varios caminos: el primero, el más comprometido quizá, es convertirse en escritor, pero  otras opciones (¿más sencillas?) son también convertirse en editor, en librero o en crítico. Todos esos sujetos  a los que  Enrique Redel, editor de Impedimenta, se refiere como "las gentes del libro" en una entrada del blog Papeles Perdidos, Avatares de un editor en el Parque del Retiro: «Las gentes del libro, para el lector de a pie (para cierto lector) somos todos una masa homogénea de autores, editores, traductores y vendedores, intercambiables, fungibles, sustituibles». Entre las gentes que yo mencionaba (es cierto, había olvidado -como casi siempre sucede- a los traductores), cada uno tiene obviamente su papel. Simplificando mucho: uno ha de escribir el texto, el otro ha de cuidar su presentación y convertirlo en un libro; el tercero,ha de vender el producto y, el último, realizar una crítica o comentario sobre el mismo. 

Sobre todo un buen lector
Entre todos ellos, y descartando al escritor, pues realizar bien su tarea me parece más un don otorgado por la divinidad que el resultado de una destreza humana (no confundir escribir con redactar), es el trabajo del editor el que más atractivo tiene para mí. Por descartar: el librero tradicional es, en definitiva, un comerciante que a pesar de su vocación y el amor que pueda demostrar por la materia que vende, al final tiene que hacer balance  entre lo que vende y lo que ingresa. Y el del crítico es un papel muy poco agradecido, siempre haciendo de malo, siempre sujeto -a pesar de su pericia- al error cuando como el árbitro de fútbol enseña su tarjeta amarilla o roja al autor y su novela y, sin embargo, la afición -los lectores- no entienden su decisión. En cualquier caso, tampoco conviene olvidar la opinión de T. S. Elliot: «Algunos editores son escritores fracasados, cosa que también se puede decir de la mayoría de escritores».

Aún así me quedo con el papel del editor, en principio de más glamour, aunque no sé muy bien qué pensar después de lo que dice un editor, otra vez Enrique Redel, sobre sus condiciones de trabajo: «Nuestro hábitat es el oscuro despacho, la polvorienta biblioteca, la pacífica cola de la oficina de correos». Y después, también, de que algunos autores piensen que internet les permitirá encontrar lectores directamente sin pasar por un editor. En este punto me consuela lo que leía estos días en el blog de Jordi Puntí (Solo de Underwood) en una entrada titulada precisamente La edición sin editores: «La lógica dice que debería ser al contrario: a fuerza de leer textos abstrusos y sin calidad, pronto nos daremos cuenta de que el editor de texto es esencial para distinguir entre literatura e incontinencia verbal». Claro, también yo me refiero a un editor literario, no a un editor de libros de texto o de catálogos de viajes, que tienen todo mi respeto, aunque aquí Puntí echa un jarro de agua fría cuando afirma que «cada vez es menos cierto ese axioma que definía la edición literaria: un buen editor es sobre todo un buen lector».

El sexto mandamiento y la felicidad
Dicho todo lo cual, a mí me gustaría leer un texto inédito y poder decidir su publicación; intercambiar ideas y puntos de vista con el autor; elegir una tipografía determinada y decidir una portada con el diseñador; quizá crear una nueva colección de títulos; plantear una estrategia de lanzamiento para un libro; calcular la tirada adecuada; asistir a una presentación acompañando al autor; recibir una buena crítica en los suplementos literarios; ver el libro en los escaparates de las librerías, a un lector leyendo ese mismo libro en el metro y leer sus comentarios favorables en algunos blogs literarios. En definitiva, realizar un trabajo creativo con la materia que te gusta -las letras, los libros, la literatura- de principio a fin. Seguro que no es esta la mejor descripción del trabajo de un editor pero es lo que uno imagina que más se le parece. Me quedo con el sexto mandamiento de Manuel Borrás en su Monólogo del editor: «respetar escrupulosamente a autores y lectores, un mandamiento que proviene del anterior, sentir un respeto casi religioso por la cultura escrita».

Hablando de mandamientos, "yo confieso", como diría Jaume Cabré, que en mi próxima reencarnación quiero ser editor, porque dice Jacobo Siruela en la Revista Ñ que «la tarea del editor del siglo XXI es recuperar la felicidad de editar».

P.D.- Si tengo la fortuna de que algún editor lea esta entrada quizá le haría pensar en organizar una actividad del tipo «24 horas en la vida de un editor». Si es así, yo me apunto. 

09 enero, 2012

Razones para elegir un libro y leer



Ando despistado. En el ámbito de la lectura, me refiero. No sé si es por el cambio de ciudad, de trabajo, de año, por el barullo de las fiestas de Navidad o por todo al mismo tiempo, pero el caso es que no tengo claro todavía cuál será el itinerario de mis próximas lecturas.

Pero, ¿qué debería leer? ¿cuáles son los libros a los que dedicaré mi tiempo, poco o mucho? A propósito de esta pregunta he leído estos días en varios lugares algunas razones -expresadas mucho mejor de lo que yo lo haría- sobre lo que nos mueve a los lectores a la hora de elegir nuestras proximas lecturas. Primero fue en la reseña escrita por Juan Francisco Uriarte en el blog Luchalibro sobre «Cuentos reunidos», del noruego Kjell Askildsen:

«¿Cómo elegir un libro? ¿Cómo decidir a quién entregar nuestras horas de lectura? ¿Cómo zambullirmos en el mundo de un escritor desconocido? Las respuestas a estas dudas pueden ser infinitas, pero entre las más frecuentes podríamos situar las recomendaciones de algún amigo, las críticas de un medio reconocido y respetado, o la llana absorción de un nombre impuesto por las trompetas de la industria editorial. Otro caso, casi siempre fructífero y con final feliz, suele ser seguir la opinión y los gustos de los escritores que nos apasionan. Pasar las páginas que ellos recorrieron para ser lo que son, rastrear sus huellas lectoras con vocación de sabueso».

Probablemente no son estas todas las razones posibles a la hora de elegir un libro per sí las más comunes. Supongo que todos hemos elegido alguna de ellas en alguna ocasión, incluida -al menos es mi caso- el sonido agudo y estridente de las trompetas de la industria editorial. Sin embargo los libreros dirán también, con toda razón, que ellos también son agentes principales a la hora de la prescripción. Y el azar, se me ocurre. ¿Quién no se ha topado con un libro que nunca hubiera sospechado elegir y sin embargo resultó convertirse en un encontronazo feliz?

Precisamente esta forma casual, «...vagando aburrido entre libros en busca de lectura, como el borracho que brujulea por los bares mendigando la invitación de un trago», es la que encontré después en un artículo de Sergio Campos Cacho (Un whisky para don Gonzalo) sobre Torrente Ballester en la revista cultural Jot Down. Reconozco que me hizo sonreír pues así me encuentro ahora, despistado y mendicante de lectura. Otros menos dados a la casualidad piensan, como Alfredo Álamo en el blog de Lecturalia (¿Es todavía necesaria la crítica literaria?), que «la mayoría de la gente, hoy por hoy, busca la prescripción literaria. Quiere que alguien le diga si un libro es bueno o malo, si le gustará o no, si merece la pena perder unas cuantas horas, días o incluso meses, con una historia que puede elegir entre cientos de otras novedades». 

Otra pregunta diferente que podemos hacernos es la que formula Forges en la ilustración de esta entrada: por qué leemos. J. Ernesto Ayala-Dip, en un buen artículo en El País (¿Quién teme a los lectores?), se preguntaba lo mismo y responde: «¿Sabemos todos para qué tenemos que leer? ¿Tenemos que hacerlo para formar parte de un reducido club? No creo que sea para eso. Para cualquier propósito, menos para ese. Pero sí creo que es necesario hacerlo para ganarnos el derecho a una mayor calidad estética, ética y lúdica en nuestras vidas». Cualquiera que sean las razones por las que uno lee y sea cual sea nuestra elección, finalmente, concluye, «cada uno es responsable de lo que lee». Y yo no puedo estar más de acuerdo.

P.D.- Por caridad, tanto si eres conocido, amigo, crítico literario o trompetero de la industria editorial, ¿tienes alguna recomendación para leer? Dios te lo pague.

02 enero, 2012

Acerca de «Las tribulaciones de un directivo en paro»



Tan solo cuatro días después de llegar de Nueva York (esta vez para quedarme definitivamente) compartí mesa y mantel con Miguel Ángel Aguirre Borrallo -director general de Edelman España, una agencia de comunicación- en La Penela, un restaurante de cocina gallega (Velázquez, 57. Madrid). Nos conocemos ya desde hace varios años y habíamos quedado para vernos antes de las fiestas de Navidad. Entre plato y plato (mi lubina no estaba tan rica como yo la habia soñado al pedirla) nos pusimos al día de nuestras respectivas novedades, las mías más centradas en el futuro inmediato y las suyas más bien en un pasado reciente y en un presente que Miguel Ángel desgranaba con verdadero entusiasmo. Fue a los postres (es un decir, pues ambos pasamos directamente al café) cuando puso sobre la mesa un sobre que traía para mí. Si no hubiera conocido a Miguel Angel podría haber pensado que allí dentro había dinero pero lo que sacó fue un libro finito con un dibujo a lápiz en la portada: «Tribulaciones de un directivo en paro» (LoQueNoExiste, Madrid 2011). Y el autor estaba delante de mí al otro lado de la mesa. «Es la segunda edición» se apresuró a decirme. Y entonces, con más entusiasmo que antes, me contó su peripecia de escritor y cuál había sido la génesis del libro.

Basado en hechos reales, como explica en el primer capítulo, Miguel Ángel se disfraza de Watson para compartir su experiencia vital al salir de la «zona de confort laboral», es decir, quedarse en paro, y hablar de valores como la confianza, el agradecimiento, la ilusión, la esperanza o la camaradería, «principios que hoy, más que nunca, deben guiar nuestro comportamiento». Y lo hace a través de lo que llama sus ejemplares ejemplares, aquellos libros y artículos que le han acompañado durante los últimos años (Séneca, Unamuno, Frankl, Chesterton, Conrad, Cicerón, Descartes, Wagensberg o Álvarez de Mon -que firma el prólogo-, entre otros).

Amables lectores
Pocos días después, en las vacaciones en nuestra casa de Peñacaballera (Salamanca), me he convertido por poco tiempo -pues el libro se lee en dos suspiros-, en su amable lector. Así es como Miguel Ángel/Watson se dirige en su correspondencia a quien tiene su libro entre manos, en ocasiones temeroso de que abandonen la lectura («si todavía siguen ahí», llega a decir en algún momento).

Miguel Ángel Aguirre
Después de leerlo y releerlo una segunda vez, me queda más claro que -además de dar algunas claves para los «desheredados de la tierra laboral» que como él hayan podido tener «la sensación de haberse convertido en un apestado social, que teme ser preguntado en cualquier reunión por conocidos (o no tanto) sobre su actual condición profesional»-, Miguel Ángel Aguirre ha cumplido su sueño personal de convertirse en escritor o, como él mismo se define, «directivo en paro y aspirante a escritor». Un sueño compartido con su entorno y su familia para quien no reserva elogios en un abultado capítulo final donde, por cierto, he reconocido algunos nombres de amigos, compañeros o incluso jefes.

«Tribulaciones de un directivo en paro», que tiene su propia página en Facebook, está escrito con un lenguaje muy directo y atractivo, salpicado de numerosas citas interesantes que apoyan las propias ideas de Miguel Ángel Aguirre. Aunque afortunadamente nunca he pasado por la experiencia del desempleo, su contenido es perfectamente válido también para cualquiera en el terreno laboral. Por eso le agradezco tanto a Miguel Ángel el libro y su dedicatoria, con el deseo de "muchos éxitos en esta nueva etapa vital y profesional", y por supuesto, la invitación a comer. Ya se lo dije, la próxima me toca a mí, ojalá con el libro ya en su tercera edición.

Hay muchas frases que subrayé mientras leía, pero señalaré aquí sólo una, de Miguel de Unamuno, que me parece para enmarcar:

«El espacio que recorras será tu camino; no te hagas, como planeta en su órbita, siervo de una trayectoria».

P.D.- Este era, en efecto, el libro que hace el número 27 leído en 2011 y que, por motivos de tiempo, no quedó registrado en la entrada anterior. 

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