Pestañas

31 enero, 2011

«El tiempo envejece deprisa»

Hay autores a los que -aún sin haber leído mucho- uno les tiene un cariño especial. Uno de ellos, en mi caso, es Antonio Tabucchi (Vecchiano, 1943). Su novela «Sostiene Pereira», leída en un tiempo y un lugar para mí inolvidables (prometo contarlo en algún momento en este cuaderno digital), me conmovió. Y eso es, siempre lo digo, lo mejor que puede hacer un libro, conmover, remover algo dentro de nosotros mientras se lee y, más aún incluso, cuando se termina de leer. De Tabucchi después leí también «Tristano muere».

Porque tenía ganas de volver a este autor italiano y porque me sedujo el título compré «El tiempo envejece deprisa» (Anagrama, 2010), uno de esos libros que me traje en la maleta esta pasada Navidad. Se trata de un volumen que reúne nueve relatos: "Todos los personajes de este libro parecen empeñados en confrontarse con el tiempo: el tiempo de las vicisitudes que han vivido o están viviendo y el de la memoria y la conciencia".

La propia cita que abre el libro, de un fragmento presocrático atribuido a Critias, sirve para darle título al tiempo que ofrece algunas pistas de lo que viene después:

"Persiguiendo la sombra, el tiempo envejece deprisa".

Quizá precisamente porque las expectativas eran muy altas, no me supo tanto o  tan bien su lectura como yo esperaba. Y por eso mismo creo firmemente que merece una segunda vuelta, una lectura más atenta y reposada para saborear y extraer todo el talento que Tabucchi pone a la hora de escribir. Así que espero que nadie se eche atrás y quien no haya leído estos relatos o cualquier otra novela, se acerque sin dudar al autor italiano.

De «El tiempo envejece deprisa» me gustaron especialmente dos relatos: "Entre generales", el recuerdo de un viejo oficial húngaro que vive retirado en Nueva York, y el relato que cierra el libro, "A contratiempo", donde se nos cuenta el viaje fantástico que realiza un hombre desde Italia hasta Creta. De esta forma me quedó un buen sabor de boca cuando cerré la última página en el vuelo que me llevaba hacia Lima, sobre las nubes, probablemente con la isla de Cuba a nuestros pies.

Algunas frases que subrayé mientras leía:

Antonio Tabucchi
- ¿Era eso pues, era el tiempo aire y ella lo había dejado exhalar por un agujerito minúsculo del que no se había percatado? Pero ¿dónde estaba el agujero?, no era capaz de verlo.

- Creo haber comprendido una cosa, que las historias son siempre más grandes que nosotros, nos ocurrieron y nosotros fuimos inconscientemente sus protagonistas, pero el verdadero protagonista de la historia que hemos vivido no somos nosotros, es la historia que hemos vivido.

- Pensó en los vientos de la vida, porque hay vientos que acompañan la vida: el céfiro suave, el viento cálido de la juventud que más tarde el maestral se encarga de refrescar, ciertos ábregos, el siroco que te abate, el viento gélido de tramontana.

- La mujer le daba la espalda, vista por detrás parecía una muchacha, estaba tendiendo unas sábanas y para llegar a las cuerdas se ponía de puntillas, con los brazos levantados hacia lo alto, como una bailarina. Llevaba un vestido de algodón estampado que dibujaba su cuerpo delgado, y estaba descalza.

24 enero, 2011

«Ojos de agua»

Hacía tiempo, bastante, que no leía una novela policíaca, hasta que me he encontrado con «Ojos de agua» (Siruela, 2006), la ópera prima del escritor gallego Domingo Villar (Vigo, 1971), desconocido para mí hasta ahora pero de quien había tenido muy buenas referencias.

Una novela en la que he vuelto a reconocer las claves del género que tanto se repiten de unos autores a otros: un crimen que investigar, una pareja de policías con personalidades y maneras muy distintas, un jefe/comisario exigente e irascible, una trama en la que lo que parece evidente no lo es tanto y con un culpable -sólo o en compañía- en el que tampoco nadie reparaba como asesino.

Todo esto está en la obra de Domingo Villar, pero no es lo único. La historia se sitúa en Vigo en la actualidad -en algunos parajes que he reconocido en la memoria de mis veraneos en la Ría de Vigo frente a la Isla de Toralla- y porque retrata muy bien el paisaje y el paisanaje de Galicia a través de sus descripciones, de los personajes y sus entornos. Y sin duda la pareja de policías, Leo Caldas -inspector gallego- y Rafael Estévez -su ayudante aragonés-, le sirven muy bien en este propósito a Domingo Villar.

Aun siendo su primera obra, Ojos de agua es una novela bien estructurada, con un argumento creíble, escrita con un lenguaje cuidado, con buenos diálogos y con personajes muy bien caracterizados. Únicamente me quedó un sabor amargo con la rapidez con que se produce el desenlace final, desvelándose todas las claves en un relato precipitado de unas pocas páginas.

Domingo Villar
Sin embargo, creo que lo mejor que puedo decir de este libro y de su autor es que ya tengo en la librería su segunda novela -«La playa de los ahogados»-, de la que me han dicho ya por distintas fuentes que es mejor o más completa que Ojos de agua. Veremos o, mejor dicho, leeremos.

- Puedes leer una entrevista con Domingo Villar haciendo click aquí.

16 enero, 2011

«El arma de los invisibles»

José Manuel García-Otero (Sevilla, 1955) es el autor de «El arma de los invisibles» (Punto Rojo Libros, 2010). Y sevillanos también los amigos que me regalaron esta primera novela del veterano periodista local al que “siempre le gustó escribir y contar historias”.

En este caso la historia de Horacio, uno de esos seres invisibles que, “sumergido en el anonimato, tiene un sueño legítimo, que es vivir la vida y ser feliz. Busca el amor, aunque el día que lo encontró se lo arrebataron y no tuvo valor para recuperarlo. O sí”.

Fue la primera lectura de 2011 que terminé otra vez, después de varias horas, a bordo de un avión. Una novela mezcla de género policiaco, búsqueda personal e historia de amor que va de menos a más en argumento y en intensidad, como una fiesta en la que a uno le cuesta entrar pero de la que luego le cuesta marcharse porque es cuando más está disfrutando. 

Sólo le pongo un pero y es que, en ocasiones, el lenguaje se vuelve demasiado denso, con frases muy largas y adjetivadas, imagino que consecuencia de los inicios del autor en la poesía.

Reconozco que nunca hubiera comprado El arma de los invisibles –entre otras cosas gracias al pésimo gusto del editor a la hora de elegir el motivo de la portada- pero me alegro de haberlo leído y haber disfrutado del mejor regalo posible que te pueden hacer unos buenos amigos, que siempre es un buen libro.

Y hablando de amistades, me gustó la cita de Francisco de Quevedo que abre el libro:

"El amigo ha de ser como la sangre, que acude luego a la herida sin esperar que le llamen". 

14 enero, 2011

Arrugar la hoja, hacer una bola y lanzarla a la papelera

Hoy he pensado (y ya me estoy arrepintiendo) compartir el inicio de este relato que aún no tiene título ni más extensión que la que ves. Para qué, dirás… Para contar con tu opinión (siempre sincera, espero). Así sabré si tengo que arrugar la hoja, hacer una bola y lanzarla a la papelera (en sentido figurado), o continuar si te ha interesado y no te han dado náuseas al leerlo. En este caso, incluso, podrías tener alguna sugerencia de por dónde encaminar la historia, mover a sus personajes o sobre el mismo título. O simplemente decir si te gustó o no. O guardar silencio. Aquí está:

<< Dice Anselmo que lo mejor de una hembra es que esté en la cocina, cuide de los hijos y, en la cama -aquí baja la voz y guiña el ojo izquierdo con esfuerzo-, se deje hacer y no hable demasiado. Lo dice arropado por la humareda de los cigarrillos y sujetando el cuerpo en la barra donde Mario, que se conoce la historia, rellena de vino los vasos de los parroquianos. Es la misma ceremonia de todos los  viernes, piensa Mario, al que le gustaría estar lejos de allí, respirando el aire salado del mar y escuchar el rumor de las olas.

Ahora cuando llegue a casa me meto en la cama y empieza la fiesta, continúa Anselmo. Me gustaría invitaros pero creo que no hay sitio para todos. Y ríe la ocurrencia mientras ve cómo brillan los ojos de sus compadres, igual de bebidos que él. A un gesto de uno de ellos Mario sirve otra ronda y retira un cenicero lleno de colillas. Llevan en el bar más de una hora, desde que se cerró la nave. Se reúnen en el bar de Mario para olvidarse del trabajo de toda la semana y hablar de lo que les venga en gana. Empiezan hablando en voz queda, arrastrando el cansancio de la jornada, pero enseguida el vino les calienta la sangre y la cabeza, una bruma como de cristales empañados les cubre los ojos, y terminan a voces quitándose la palabra unos a otros.

Que la mujer se deje hacer y no hable demasiado lo dice Anselmo para provocar. Ellos no conocen a Rosa. No saben que es una mujer que les haría darse la vuelta para mirarla en la calle. Tampoco saben en realidad de qué habla, porque aunque algunos están casados la mayoría en la cuadrilla son jovenzuelos que todavía no han conocido mujer. Pero Anselmo sí sabe que son hombres como él y que, por el solo hecho de serlo, todo se revuelve dentro de ellos, y así ha sido desde el principio de los tiempos, cuando se habla de mujeres. Hembras, como dice Anselmo. Eva fue la primera hembra por la que Adán perdió la cabeza y el paraíso. Pero es que -razona Anselmo entre la nube de humo y alcohol que le ciega el entendimiento- la tentación era tan grande que merecía echar todo aquello a perder, cualquier cosa que fuera el paraíso, una inmensa playa de arena fina y blanca, llena de fruta, en la que no hubiera que trabajar. Sin una mujer, aquello no podía ser en realidad el paraíso >>.

© Javier García

10 enero, 2011

«Arráncame la vida»

 Ángeles Mastretta. 1986.  
Housing Works es la organización que en Nueva York cuida de las personas afectadas por el VIH/SIDA y por los que no tienen hogar. Disponen de varias tiendas donde los ciudadanos pueden donar los objetos que después ponen a la venta o subastan con el fin de obtener fondos. En una de ellas, Housing Works Bookstore Cafe, situada en el SOHO, encontré este libro de Ángeles Mastretta (Puebla, México. 1949), «Arráncame la vida», publicado en Nueva York por Vintage Español (una división de Random House, Inc.), en 1997.

Fue en ese café-librería -un lugar para visitar si te acercas por Nueva York- donde por cuatro dólares rescaté esta novela publicada en 1986 y abandonada ahora a su suerte entre la única media docena de libros que componían la oferta en español. Hace años había leído «Mal de amores», su segunda novela, que supuso el salto a la popularidad de la escritora mexicana en el ámbito de la narrativa latinoamericana

Puedo decir que mereció la pena y que para mí fue una especie de bálsamo en el devenir de otras lecturas. Un amor interesado y no correspondido, el coraje de una mujer joven en una sociedad machista y la pasión de nuevos amores con el paisaje de fondo del convulso México revolucionario, son elementos suficientes para urdir una historia que te atrapa fácilmente.

Y me gustó mucho ese lenguaje español-mexicano con el que está escrita, que pone una banda sonora distinta a la lectura con giros y expresiones tan ricas y llamativas para los que no vivimos en América Latina. La escritura de Mastretta, que emplea buenos diálogos y mantiene un ritmo narrativo muy ágil, hace muy fácil y atractiva su lectura.

En 2008 apareció la versión cinematográfica que confieso que me gustaría ver. La película, con gran acierto en mi opinión, estaba promocionada con el siguiente slogan: "El corazón no se gobierna". Puedes ver el trailer de la película haciendo click aquí.

El título de la novela, que también me fascina, corresponde a una canción mexicana que aparece citada en la propia obra:

«Arráncame la vida.
Arráncala, toma mi corazón.
Arráncame la vida, y si acaso te hiere el dolor,
ha de ser de no verme porque al fin tus ojos me los llevo yo».

La ilustración de la cubierta, de una gran sensualidad, es "Brandy con naranja", de Nazario, que pertenece a la colección de arte que posee el Consejo Regulador de la Denominación Específica "Brandy de Jerez", que la cedió para la edición del libro .

La novela comienza así:

Ese año pasaron muchas cosas en este país. Entre otras, Andrés y yo nos casamos.
Lo conocí en una café de los portales. En qué otra parte iba a ser si en Puebla todo pasaba en los portales: desde los noviazgos hasta los asesinatos, como si no hubiera otro lugar.
Entonces el tenía más de treinta años y yo menos de quince.

06 enero, 2011

Ocho kilos de libros (o de berenjenas)

Nunca he comprado libros al peso, y esta vez tampoco. Sin embargo, y porque la Navidad es época de regalos y porque vivo en Nueva York, hice acopio en Madrid de algunos de los libros que leeré durante el año.

Viajar en avión con libros -libros que pesan y abultan- no es una tarea sencilla. Busqué una maleta pequeña donde cupieran y que pudiera subir al avión como equipaje de mano. Pero antes me asaltó la curiosidad de saber cuánto pesaban. Así que, ni corto ni perezoso, me fui con ellos a la frutería del supermercado y los apilé en la balanza donde la gente normalmente pesa los tomates, las zanahorias, los plátanos o las chirimollas. En la pantallita digital de la balanza apareció una cifra: 7,600. Es decir, casi ocho kilos en libros.

Quería tener la etiqueta impresa con el peso y, a falta de la tecla para pesar libros -obviamente sólo hay teclas para frutas y hortalizas- apreté un número al azar. La balanza escupió la etiqueta adhesiva con el peso (7,600 K.) y un precio: 21,66€. Había marcado la tecla de las berenjenas, cuyo precio es de 2,85 €/Kilo.

Sobra decir que no pasé por caja ni volví la vista atrás. Lo hice de prisa, esperando no ser visto para evitar explicaciones y el sonrojo de ser descubierto con las manos en la masa.

Ahora, y después de cruzar el océano, los libros que vuelan descansan ya en casa esperando que cualquiera los lea. Algunos fueron regalos, pero la mayoría comprados a un precio superior al kilo de berenjenas.

Quizá algún día los ebooks resuelvan el problema del volumen, el peso y el precio de los libros, pero no a día de hoy, donde en español todavía no hay oferta -ni en cantidad ni en calidad- comparable con la edición tradicional en papel. 

Quizá en el próximo viaje...

PD.- Iré dando cuenta de la lectura de los libros, sin prisa pero sin pausa, en este mismo cuaderno digital que es La Palabra Infinita.

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