Pestañas

24 noviembre, 2007

No consigo que lean


No consigo que mis hijos lean. Ya tienen edad. Yo lo hacía con sus años. En casa hay libros, les hemos regalado libros en cumpleaños y por Reyes Magos, ven que leemos, pero el veneno de la lectura no les ha picado todavía. Y me he rendido. Estoy en la fase de no insistir para no provocar el efecto contrario, el rechazo más absoluto. También porque estoy convencido de que igual que se busca una novia y no se encuentra hasta un día en que, sin saber cómo ni por qué, se cruza en tu camino, así sucederá también -cuando menos lo busquen y lo esperen- con el libro que se cruce en sus vidas y les descubra las historias y emociones que no imaginaban que allí se pudieran esconder.

Cristina, una de mis hijas, cumple hoy 14 años. Le he regalado un libro, pero porque ella me lo ha pedido: 'El niño con el pijama de rayas', de John Boyne (Edit. Salamandra. 2007). Tampoco sería el primer libro que leyera pero tengo la ilusión de que este sea, porque lo ha pedido ella, la picadura que le insufle el veneno de la lectura.

Recupero unas líneas de un artículo del escritor Fernando Alonso, 'Leer desde niño', en el número uno de la revista cultural Platea del Ayuntamiento de Las Rozas:

"La afición por la lectura se adquiere en la infancia y en la primera juventud o no se adquiere nunca. Quizá alguien encuentre exagerada esta afirmación. Es cierto que, algunas veces, la afición por la lectura se adquiere más tarde, incluso en la madurez. Pero eso son excepciones y, en cualquier caso, nunca se podrá recuperar el tiempo perdido. Nunca se podrán recuperar las lecturas infantiles que no se disfrutaron en su momento. Pero sobre todo, nunca podrán improvisarse la fascinación, la magia y el vértigo que envolvían una buena novela de aventuras leída en su momento; cuando se abría La Isla del Tesoro como quien se dejaba deslizar por una montaña rusa".

Yo les digo que en los libros hay vidas e historias maravillosas que están esperando a ser descubiertas. Lo creo firmemente porque yo he descubierto algunas.

20 noviembre, 2007

El final de la conversación


Muchos ven en la televisión -y yo también- una amenaza para la convivencia. Demasiado ruido, mucha banalidad, total uniformidad. Claro que no todo es malo: a mí también me levantaron de la cama el 20 de julio de 1969 para ver (en blanco y negro) cómo el Hombre pisaba la luna.
En 'Historias de las Telecomunicaciones' (Ariel, 2003) de José de la Peña, se dice que las innovaciones se han enfocado tradicionalmente con fines "nobles" como la instrucción, la formación o las finanzas. "La televisión, por ejemplo, se planteó con la promesa de que elevaría el nivel intelectual de la población, ya que al llegar a todos, era una herramienta idónea para recibir, por ejemplo, clases a distancia. Durante los años setenta, se habló mucho de la televisión educativa como complemento y apoyo a los colegios rurales, etc." Y no puede el autor evitar ofrecer su propia opinión a continuación: "Creo que sólo es necesario encender la televisión unos minutos y hacer un rápido zapping para ver lo que ha quedado de esos sueños. La televisión es uno de los mejores ejemplos de una tecnología complejísima que ha alcanzado unos niveles de banalidad en su uso y contenidos que no fueron ni siquiera vislumbrados por ningún especialista de la época de su invención".
Pero más interesante aún sobre la televisión son las opiniones que he leído recientemente de dos escritoras. Una es Doris Lessing, reciente premio Nobel de Literatura, en una entrevista que publicaba El País:

- Dice usted en uno de sus libros de memorias que la televisión interrumpió la conversación, rompió la alegría, o al menos la convivencia familiar...

- No dije que fuera alegre precisamente esa convivencia, pero desde luego la vida familiar era distinta antes de que llegara la televisión. Yo vi llegar la televisión a una casa donde solía escucharse la radio, donde la gente solía sentarse todas las noches, a hablar, a comer, y a comer muy bien, por cierto... Estoy hablando de una cultura distinta a la que vino luego; la televisión interrumpió esa cultura. Fue el final de la conversación, de la jovialidad de la convivencia, terminó aquello de sentarnos a comer todos juntos... Aunque es cierto que muchas de las canciones que cantábamos eran muy aburridas, si es verdad que también se acabó aquello de cantar en familia, alrededor de un piano... Todo el mundo alrededor de una mesa, un perro ladrando en una esquina, una comida maravillosa (¡porque no todos los ingleses son malos cocineros!)... Todo eso se fue cuando llegó la televisión, y yo tengo el recuerdo del día en que eso ocurrió.
"La televisión fue el final de la conversación;
terminó aquello de sentarnos a comer todos juntos"
Otra opinión es la de Muriel Barbery, autora de una novela revelación en Francia, 'La elegancia del erizo' (Seix Barral), que leí en una entrevista en el diario Expansión. Dice Muriel que, como la protagonista de su libro, siente una necesidad física de silencio: "Es lo mínimo para poder reflexionar. Para mí, los tres grandes lujos, son el tiempo, el espacio y el silencio. En casa tiramos la tele. Al principio da vértigo; tenemos terror a una vida sin ruido de fondo, porque entonces hay que encontrarse con uno mismo. Y eso siempre da que pensar".
"Tenemos terror a una vida sin ruido de fondo"
También he pensado alguna vez en prescindir de la televisión. ¿Qué pasaría?

18 noviembre, 2007

Otra vez Annemarie


Ahora que he comenzado la lectura de 'De los intentos de permanecer quieto', un libro de la inglesa Jenny Diski "a caballo entre el reporterismo y el libro de viajes" me he topado de nuevo con Annemarie Schwarzenbach. Babelia, el suplemento cultural de El País, publicaba un reportaje sobre 'Los ases de la literatura viajera', y allí estaba 'Muerte en Persia' (Edit. Minúscula. Barcelona 2003):

<"De errancias trata este libro, y su tema es la ausencia de esperanza". Así presenta la propia autora este librito tan pequeño y sinembargo tan enorme en emociones . Transcurre en Persia y es un "diario impersonal" con las experiencias de Schwarzenbach (1908-1942), el angel devastado e inconsolable, la andrógina, lesbiana y melancólica suiza de buena familia precipitada en los abismos del mal de vivre, los amores furtivos, las amistades peligrosas (Erika y Klauss Mann, entre otros) el alcohol y la morfina. Persia, con su "grandeza letal", sus paisajes (la evanescente cima del Demavent, Persépolis bajo la luna), ejercía una enorme atracción sobre ella. En el libro (Edit. Minúscula), fragmentario y desordenado, con la belleza herida de un collar roto, la frontera entre el yo y el exterior se hace pedazos en un bellísimo caleidoscopio de sueños, ruinas y sufrimiento>.

Leí su vida y sus miedos en 'Ella tan amada', de Melania G. Mazzuco. No podré resistir ahora leer de la propia Annemarie este librito viendo y sintiendo Persia a través de sus ojos y su corazón.

09 noviembre, 2007

La autoestima


Después de un libro de la intensidad de 'La montaña mágica' es difícil encontrar otra historia que consiga de nuevo un estremecimiento parecido; al menos el riesgo de intentarlo es un desafío muy importane. Como el de los músicos que tienen vértigo a publicar un nuevo disco después del éxito del anterior. También es bueno dejar pasar el tiempo y poder saborear el libro en la distancia. Por esas razones y porque no había un firme candidato a continuar la lista de lectura tardé en recuperar un nuevo libro. Justo hasta que un viaje y un aeropuerto lo pusieron delante de mí antes de coger un vuelo. Es verdad que se trataba de un libro sobre el cual ya había puesto mi atención, pero por un prurito de no leer cosas de "segunda división" había resistido a la tentación. Se trata de 'La Autoestima' (Editorial Espasa. Madrid 2007. 217 páginas) un libro del psiquiatra sevillano Luis Rojas Marcos. Sucumbí a su lectura por el tema -me interesa lo que tiene que ver con la percepción sobre uno mismo-, porque podía ser una lectura rápida y fácil para "desengrasar" de la vasta literatura de Mann y, por lo tanto, abrir un paréntesis antes de abordar con renovada energía otro asalto literario de alguna magnitud, y porque ya había leído con anterioridad otro libro de Rojas Marcos - 'La fuerza de optimismo'- que me pareció realmente interesante.

Aunque con la lectura de ‘La Autoestima’ sabía que no encontraría ninguna receta a modo de autoayuda –porque Rojas Marcos no escribe libros de autoayuda al uso- reconozco que me quedaba la vana ilusión de encontrar algo –no sé muy bien qué- que al final no encontré. Me dio la sensación de estar escrito con menos ganas, con menos pasión; a modo de compilación de otros estudios y autores, con una estructura quizá más académica y fría.



Respecto a la Palabra me gustaría subrayar algunas de las ideas que expresa el autor en el libro: “Si bien los demás reparan por lo general en nuestros gestos y aspecto exterior, la palabra es el medio que mejor dominamos y el que solemos utilizar para presentarnos, revelarnos y compartir con otros los avatares de nuestra vida (…). Además de la palabra, también utilizamos conscientemente elementos no verbales para moldear nuestra autodefinición ante otros. Es bien sabido que la forma de vestir, las expresiones faciales, las posturas, los gestos, la mirada, la disposición, el tono de voz y todo lo que constituye el llamado “lenguaje corporal” dan pistas sobre nuestro estado de ánimo, nuestras opiniones, nuestras intenciones y nuestra manera de ser. Las emociones no sólo las sentimos nosotros, sino que, aun sin que nos comuniquemos verbalmente, se las transmitimos a los demás. La manera en que expresamos o disimulamos nuestros sentimientos y la carga emotiva con la que acompañamos las palabras dicen mucho de nosotros y de nuestra capacidad para conectar genuinamente con quienes nos escuchan”.

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