Pestañas

28 marzo, 2011

«Fortunate Sons», una historia para la ficción

La historia real de 120 niños chinos
La realidad ha sido siempre el caldo de cultivo natural para las obras de ficción, y la propia Historia -con mayúsculas- el marco adecuado donde los autores pueden situar la trama y a los personajes de sus relatos. Este es el caso de las denominadas "novelas históricas", libros que en la mayoría de los casos suelen asociarse a la categoría de best-seller, pues reúnen al mismo tiempo todos los ingredientes de este género: pasión, ambición, amor, intriga y acción frenética en un contexto histórico donde los personajes pueden ser o no reales pero donde un suceso o toda una época sirven de trasfondo temporal. 

Viene todo esto a cuento de la presentación de un libro a la que asistí hace unas semanas en la librería Barnes & Noble del Upper West Side de Nueva York, precisamente la única que queda desde que a principios de año, y por problemas económicos, cerrara la de Lincoln Center para dar paso, tristemente, a una tienda de ropa.

«Fortunate Sons»
Pero no era la presentación de una novela histórica sino del libro que narra una historia verdadera acaecida a finales del siglo XIX. Sus autores son Liel Leibovitz y Matthew Miller, dos escritores -el primero también profesor de universidad- que residen Nueva York. Lo que han escrito es «Fortunate Sons» (Hijos afortunados), la historia real de "120 niños chinos que llegaron a América, fueron al colegio y revolucionaron una antigua civilización".

Liel Leibovitz
El origen del libro está en las imágenes de televisión que ambos vieron en Beijing (Pekín) donde se mostraban las fotografías amarillentas de aquellos niños chinos que vestían pesados ropajes de seda en medio del austero paisaje de Nueva Inglaterra. Los niños fueron enviados a Estados Unidos en 1872, durante el ocaso del Imperio Quing, con la esperanza de que unos años en los mejores colegios y universidades produciría un grupo de líderes capaces de sacar a China de su retraso tecnológico y militar. En los colegios y universidades de Connecticut, Massachusetts, New Jersey y New York los hijos de los supervivientes del Viejo Mundo y los hijos de una joven república, se encontraron, jugaron e intercambiaron ideas.

Esta es la historia que de forma apasionada, y como sólo los americanos saben hacer (el arte y la técnica de hablar en público se enseña en los colegios), nos contó Leibovitz al grupo de unas cuarenta personas que nos reunimos allí, incluido el descendiente americano de uno de los jóvenes chinos.

Todavía tengo que leer el libro que nos dedicó Leibovitz ("this book is primarily a work of history"), pero ya pienso que bien merece igualmente un relato basado en aquellos hechos para recrear en formato de ficción la peripecia personal de los niños y mostrar el choque de culturas, el enorme contraste de costumbres y creencias que sin duda debió de suponer. Igual que creo que las imágenes de aquella singular aventura, el desembarco de los niños en San Francisco, su viaje y estancia en familias de Nueva Inglaterra y su regreso a China, podrían ser sin duda objeto de un excelente guión y una cuidada ambientación para una superproducción de Hollywood.

Es en estas ocasiones cuando la realidad supera la ficción; cuando una historia verdadera debe aprovecharse de los recursos que la ficción le brinda para descubrirla en su totalidad y superarla, para presentárnosla bajo el encantamiento y el poder de su atractivo original.

- Puedes leer la reseña sobre el libro en The New York Times haciendo clic aquí.

21 marzo, 2011

«Érase una vez Manhattan»

«Érase una vez Manhattan» (Lumen, 2010), de la norteamericana Mary Cantwell, es de ese tipo de libros que a uno le da pena terminar porque te está contando una buena historia cuando la protagonista es, al mismo tiempo, la propia autora. Mary Cantwell nació en Providence (Rhode Island) en 1930 y llegó a Nueva York donde trabajó como redactora en varias revistas y como columnista en The New York Times hasta su muerte en el año 2000. Este libro es el segundo de las tres obras que relatan su vida desde la infancia a su madurez: American Girl (1992), Érase una vez Manhattan (1995) y Speaking with Strangers (1998); y en realidad, el título de esta novela autobiográfica es "Manhattan, When I Was Young".

Cantwell cuenta su llegada a Nueva York como una chica de provincias, su matrimonio con un judío, su primer empleo o el nacimiento de su hija, los acontecimientos que van jalonando su peripecia personal y que desarrolla en paralelo a los apartamentos en los que va viviendo en la ciudad, cuyas direcciones dan nombre a los capítulos.

Esto, el transcurrir de una vida -aunque sea en la vital ciudad de Manhattan en la mitad de los años 50- no sería por sí sólo mérito para desarrollar una buena historia, pero es que la mirada y la palabra de Cantwell es tan deliciosa que los perfiles de la narración se ensanchan hasta crear una atmósfera que consigue atraparte.

Se ve abocada a trabajar: "Para vivir en Nueva York, para formar parte de la ciudad, tenía que trabajar. [...] Tenía que trabajar porque, para alguien que ha nacido en otro lugar, tal es la finalidad y la esencia de NuevaYork". Y aunque no sabe muy bien qué hacer, recuerda que "nunca he querido estar en ningún lugar más que alrededor de las palabras". [...] "Quería escribir. No me importaba el contenido, ni que los textos carecieran de firma. Sólo quería ver algo que había estado en mi mente transformado en letra de imprenta. Quería ver un milagro".

Sobre el matrimonio, dando una idea certera de su pensamiento a pesar de las dificultades que surgen, dirá: "A veces me pregunto si mi marido sabía que, para mí, estar lejos de él era como si me hubieran desconectado el tubo de la transfusión." En cuanto a los hijos: "La muerte, aun cuando el tránsito se produzca con una fanfarria de clarines y un telón dorado que se levanta, no puede ser una conmoción tan profunda como el nacimiento de un hijo".

Es un libro que he disfrutando también reconociendo tipos y lugares de la ciudad en la que ahora vivo y a la que la autora pone banda sonora cunado escucha por primera vez a una orquesta interpretar "I'll take Manhattan". Enamorada de Greenwich Village, dice Cantwell: "El Village es amorfo; puedo moldearlo para que sea cualquier lugar. El resto de Manhattan es rectilíneo, su cuadrícula un orden, una sola definición que me desagrada".

Y sin duda una de las cosas que mejor definen este libro es la cita de J.M. Barrie que la escritora coloca al comienzo de la novela y que a mí, personalmente, me parece maravillosa:

«Creo que seguimos siendo la misma persona a lo largo de nuestra vida y que tan solo nos limitamos a pasar, por así decirlo, de una habitación a otra, todas de la misma casa»

14 marzo, 2011

Autopsia literaria

Desentrañar las claves que dan vida a una novela
Fue hace algunos días, al leer sobre la reedición de «Cartas a un joven novelista», del ahora omnipresente Mario Vargas Llosa, cuando recordé la historia que me contó un amigo hace algún tiempo. Sobre el libro dice el propio escritor que no es un manual para aprender a escribir, sino un ensayo sobre la manera cómo nacen y se escriben las novelas, basándose en su propia experiencia.


Lo que mi amigo me contaba es que mientras leía una novela en verano, subrayaba y tomaba notas en sus márgenes y en una libreta sobre todo aquello que después le ayudara a entender los entresijos de su esqueleto, obtener alguna luz sobre cómo escribir una novela y desentrañar las claves para dar vida a una historia.

Mi amigo anotaba cosas como "[el autor] descubre el lugar y su entorno", "primera vez que se menciona el nombre del protagonista", "referencia temporal", "descripción de X", "introduce la voz de un amigo", "diálogo indirecto", etc., o subrayaba frases que suponían detalles de interés en el devenir de la trama. En definitiva, cualquier marca que después ayudara a rastrear las intenciones del autor.

Pero si has llegado a leer hasta aquí, puedo ya entonces confesar que no existía tal amigo y que quien hacía de forense intentado realizar aquella especie de autopsia literaria era yo mismo. Y el cuerpo en el que hendía el bisturí con forma de lápiz era «El pintor de batallas», la novela de Arturo Pérez Reverte (@perezreverte). Debo decir sin ningún rubor que fue un vano intento por entender un mecanismo dotado de vida propia engendrado en la mente del escritor.

En Cartas a un joven novelista, Vargas llosa sintetiza el análisis de su discurso sobre la creación literaria, y ofrece alguna clave sobre ello también en términos forenses: "He intentado describir algunos recursos de que se valen los buenos novelistas para dotar a sus ficciones de ese hechizo al que caemos rendidos los lectores. Y es que la técnica, la forma, el discurso, el texto, o como quiera llamársele -los pedantes han inventado numerosas denominaciones para algo que cualquier lector identifica sin el menor problema- es un todo irrompible, en el que separar el tema, el estilo, el orden, los puntos de vista, etcétera, equivale a realizar una disección en un cuerpo viviente".

PD.- Si no has leído El pintor de batallas, es un libro que merece la pena considerar. Mucho.

07 marzo, 2011

«Sukkwan Island»

Por David Vann
Y de Vargas Llosa a David Vann, de un premio Nobel a un escritor novel, del papel al e-book, del español al inglés, de la selva peruana a la inhóspita Alaska..., un gran salto para leer «Sukkwan Island», una novela que equilibra su brevedad con un argumento sobrecogedor.

Lo admirable es que su autor, David Vann, consigue armar esa historia con una tremenda austeridad de recursos: apenas dos personajes, padre e hijo (Jim y Roy), que se mueven en un único escenario que es la remota isla Sukkwan en Alaska. Por cierto, alguien podrá decir que la propia isla es un personaje más y el tercer vértice del triángulo. Es posible, pero quizá porque los otros dos son muy potentes o porque en inglés se me escaparon muchos matices, me parece que la isla tiene el papel de un gran secundario.

La austeridad es, por lo tanto, de personajes, escenarios e incluso de diálogos. Entonces, ¿qué queda para hacer de esta novela algo tan especial? Lo realmente importante es la relación entre un padre -que ha perdido a su mujer por sus propias infidelidades- y su hijo adolescente con el que quiere reconciliarse. Y el mérito del autor es contarlo con un distanciamiento que engrandece el atractivo del relato.

Ediciones Alfabia
Sukkwan Island está editado en español por Ediciones Alfabia. Un libro que ha merecido numerosos premios y se ha vendido muy bien en otros países pero que, independientemente de su éxito, recomiendo vivamente por lo que siempre busco en un libro, que al menos no te deje indiferente. Por cierto, el e-book que leí lo descargué de forma gratuita en iBooks e incluía "bonus material", es decir, varios capítulos de su siguiente novela también con nombre de isla, 'Caribou Island'.

Por si te interesa conocer más detalles sobra la novela o el autor, dejo aquí dos enlaces sobre lo que han dicho otros a modo, también, de "bonus material":

- David Vann afronta el suicidio de su padre en 'Sukkwan Island' (elPeriódico.com)
- David Vann, debut por la puerta grande (El Cultural.es)

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