Pestañas

28 febrero, 2011

Libros con encanto

Hotel Aultre Naray, Asturias
Lo dije hace algunas semanas, que volvería sobre «Sostiene Pereira», la novela de Antonio Tabucchi que leí "en un tiempo y un lugar para mí inolvidables". Y aquí estoy para cumplir mi palabra.

Hace unos diez años que Ana y yo pasamos unos días en un pequeño hotel rural en Peruyes (Cangas de Onís), una localidad en la sierra de la Enclava, en Asturias, a los pies de los Picos de Europa.

Uno de esos lugares donde uno piensa que podría haber estado el paraíso, como un lienzo pintado en tonos verdes y grises sobre el que descansar la vista y el espíritu. Pero cuando llegamos a la perplejidad ante el paisaje se unió la sorpresa por el encanto del alojamiento. El Hotel Aultre Naray fue precisamente el origen de la denominación que luego se ha hecho tan familiar en España de "hoteles con encanto", que popularizaron Isabel Llorens y Carlota Mateos al crear el sello de calidad 'Rusticae' y crear una red con este tipo de hoteles diferentes.

Pero de aquel hotel recuerdo con especial cariño su pequeña biblioteca. Allí elegí para leer un libro fino y amarillo de Anagrama: Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi. Después de nuestras excursiones y paseos volvíamos a descansar en las butacas de aquel confortable salón con un libro en la mano. Era nuestra hora de leer.

Ha pasado tanto tiempo que apenas recuerdo algunos retazos de la historia de Tabucchi, pero lo que no puedo olvidar es el gozo con el que leí y disfruté de aquellas páginas, eso que ahora en otros ámbitos alguno llamaría pomposamente la "experiencia de usuario" del lector. Porque descubrí a un gran escritor y porque aquella novela siempre quedará unida al recuerdo de un espacio y un momento muy especiales, totalmente distinto y probablemente superior al que hubiera tenido leyéndolo en circunstancias normales. Por eso creo que no sólo es importante lo que leemos, sino dónde y cuándo lo hacemos, pues el poso que deja en nosotros la lectura puede variar como cambia un paisaje del día a la noche.

Aquella novela de Tabucchi será siempre para mí un libro con encanto, inseparable de la vista del salón que se abría a los Picos de Europa, de los panecillos caseros del desayuno, de los paseos por la playa de Ribadesella y de sus casas de indiano, de nuestra absoluta entrega al queso de Cabrales y la sidra, o del verde de los pastos y el gris de las nubes que acompañaban al rumor del río Sella.

PD.- Este fue el mío, pero también me encantaría saber dónde y cuándo leíste tu propio libro con encanto.

24 febrero, 2011

«La casa verde»

Alfaguara, 2004
Lo primero que urge contar es que la lectura de «La casa verde» (Alfaguara, 2004), de Mario Vargas Llosa, se me hizo cuesta arriba y lo terminé con la mala conciencia de querer acabarlo cuanto antes.

Como una forma de homenaje al reciente premio Nobel, quise comenzar la lectura de La casa verde en el vuelo que me llevaba de Nueva York a Lima, en un intento de acercar su obra a su país y al escenario mismo de la novela. Sin embargo, "La casa verde ocurre en dos lugares muy alejados entre sí, Piura, en el desierto del litoral peruano, y Santa María de Nieva, una factoría y misión religiosa perdida en el corazón de la Amazonía", como reza la contraportada.

Probablemente sea injusto decir lo que digo de esta novela publicada en 1965, y no me gustaría que nadie dejara de leerla, pero quizá tenga que ver con lo que he pensado tantas veces, que cada libro tiene su momento y su lugar  para ser leído, y si las condiciones no son las óptimas, destilar su esencia puede resultar un ejercicio complicado. Aún así diré en mi defensa que no es un libro fácil de "seguir".

Vargas Llosa escribe partes de la novela como un torrente de palabras donde la descripción del paisaje, de los sentimientos de sus personajes y sus diálogos discurren mezclados sin saber quién dice qué o qué piensa quién y cuándo, y en el que el lenguaje de nativos, soldados, aventureros, misioneros y habitantas de la casa no es el castellano al que estamos habituados. Todo ello le da un nivel de complejidad a la novela que uno -al menos ha sido mi caso- no termina de orientarse, incapaz de sujetarse en ese vaivén de personajes, historias y tiempos hasta que, finalmente, en el epílogo algunas piezas del puzzle comienzan a encajar.

Casa de placer
"Cuando la casa estuvo edificada, don Anselmo dispuso que fuera íntegramente pintada de verde. Hasta los niños reían a carcajadas al ver cómo esos muros se cubrían de una piel esmeralda donde se estrellaba el sol y retrocedían reflejos escamosos. Viejos y jóvenes, ricos y pobres, hombres y mujeres, bromeaban alegremente por el capricho de don Anselmo de pintarrajear su vivienda de tal manera. La bautizaron de inmediato: «La casa verde».

21 febrero, 2011

@ElviraLindo: "Escribir una novela es habitar un espacio paralelo"



"¿Qué hace un escritor cuando no escribe?" Ese era el título de la convocatoria del Instituto Cervantes de Nueva York, y Elvira Lindo la encargada de responder a la pregunta. Pero, ciertamente, no lo hizo. Fue una repetición de la presentación de su nuevo libro -«Lo que me queda por vivir»- que ya había realizado en noviembre en la librería McNally Jackson en el SoHo de Nueva York.

Por eso he preferido dejar el vídeo que mostró, realizado por Xavi Menós (@xavimenos) -"que me lleva todas estas cosas de Internet"-, y que al día siguiente me encontré en uno de los pocos mensajes de su cuenta de Twitter (@ElviraLindo). En el vídeo, que recoge imágenes de su apartamento y de la escritora paseando junto al río Hudson durante la última nevada, es donde afirma que "escribir una novela es habitar un espacio paralelo".

Después, y con unas notas en un papel entre las manos, desgranó el proceso de escritura de su libro, del que confesó que mientras lo escribía ya sabía -como le sucede también a otros escritores- cuál sería la pregunta que la perseguiría después durante la promoción: ¿Qué tiene que ver la novela con su propia biografía? "Aunque nunca pensé en escribir un libro tan íntimo, creo que es el que más se parece a mi voz personal [...] Lo único que hay de verdad en el libro son las cuatro páginas de mi hijo paseando por la Gran Vía de Madrid en un día de diario". Esas fueron las páginas que leyó para el público la actriz Carmen Ruiz.

Seix Barral, 2010
La escritora desgranó también algunos otros hechos que dan pie a la novela, como el recuerdo de la muerte de su tía Concha en 1996. "Para mí era más que una abuela, y verla en su cama de casa rodeada de todos nosotros, su familia, me parecía que tenía que ver más con una escena de una pintura o con algo que estuviera soñando. Fue una experiencia con la muerte que ahora difícilmente se tiene, y pensé que tendría que escribir sobre ese desarraigo". Otro recuerdo fue la escritura de su artículo Corazón abierto publicado en El País en 2008, acompañado por una fotografía suya de pequeña sonriendo, la primera vez que escribía un texto personal y alejado de la imagen que hasta entonces había cultivado. "Lo que hice después fue vivir intensamente y observar a mi alrededor para ver de qué forma puedes ir uniendo tus recuerdos, vivir para contarlo...".

Compramos la novela de esta escritora que vive entre Madrid y Nueva York -vecina del Upper West Side y de mi misma quinta- y nos la dedicó: «Para Javier y Ana, con el cariño de Elvira Lindo. NY, Febrero 2011». Ahora sólo tengo que leerla; una de las muchas lecturas que me quedan por vivir...

14 febrero, 2011

Libros en el camino

Libros en el camino
Hace tiempo escribí una entrada en este mismo blog que titulaba 'No consigo que lean'. Me refería a mis hijos y básicamente a mi rendición incondicional en el intento de que se aficionaran a la lectura y mi decisión de no volver a insistir: cuanto más se empeña uno en una cosa mayor rechazo produce, sobre todo a ciertas edades.

Han pasado algunos años y la situación no ha mejorado. A pesar de que nos han visto leer, de que siempre ha habido muchos libros en casa y de que, sin habernos podido morder del todo la lengua, de vez en cuando hemos insinuado con algún comentario las bondades de la lectura, el hábito de leer no ha arraigado en ellos.

Sin embargo, hace unos días que la espera ha dado, aparentemente, sus frutos. Decía yo entonces que "igual que se busca una novia y no se encuentra hasta un día en que, sin saber cómo ni por qué, se cruza en tu camino, así sucederá también -cuando menos lo busquen y lo esperen- con el libro que se cruce en sus vidas". Pues algo así ha debido suceder cuando se han topado con tres libros: El tiempo entre costuras, de María Dueñas, y Ojos de agua y La playa de los ahogados, de Domingo Villar; una novela histórico-romántica y dos novelas policíacas. La primera la leyó una de mis hijas y las otras, mi hijo. Lo más interesante fue el descubrimiento de mi hija, que creía estar viendo una película en la que ella misma ponía imágenes y cara a los actores, además de que estaba deseando retomar la lectura a cada poco.

Proceso mental
Hablando de imágenes, hay que decir que estos son tiempos difíciles para la lectura, especialmente para los jóvenes, acostumbrados a obtener la información a través de soportes audiovisuales. Decía el profesor Ramón Sarmiento, catedrático de Lengua de la Universidad Rey Juan Carlos, en el artículo '¿Qué leen los jóvenes?', (La Vanguardia), que "leer conlleva un proceso mental más costoso que visualizar imágenes, porque éstas pueden almacenarse pero no requieren de procesamiento y reflexión; por eso, la máxima 'una imagen vale más que mil palabras' es incierta; porque una imagen por sí misma es información ambigua, que no significa nada, ni requiere del pensamiento".

Sin duda es difícil, mucho, luchar contra la competencia de la televisión, los videojuegos, el ordenador, el deporte, la música y otra multitud de actividades seguramente más "sexys" para los jóvenes que la lectura.

Por lo tanto no puedo cantar victoria. Uno puede poner toda la ilusión en plantar una mata, abonar la maceta, ponerla entre sol y sombra, regar a poquitos, quitar las hojas malas, realizar todos los cuidados que cita el manual de jardinería; todo eso no valdrá de nada si la planta decide que no está cómoda y que no tiene intención de crecer. Quizá lo que he visto haya sido entonces un pequeño brote en la superficie, aunque espero que lo que realmente haya crecido hayan sido las raíces, que no se ven pero hacen a la planta más firme y robusta.

PD.- Gracias a María Dueñas y a Domingo Villar.

07 febrero, 2011

Ladrones de tiempo y la hora de leer

En la novela se encuentran siempre dos extraños.
No es fácil encontrar el momento adecuado para leer, más ahora cuando la vida, en muchos sentidos, es un torbellino en el que pararse puede significar ser arrollado por las circunstancias.

En el caso de la lectura, otras actividades como la televisión y el mundo de Internet y las redes sociales nos apartan con frecuencia de los libros. Incluso en esos espacios, la brevedad es una norma tácita. Mensajes de 140 caracteres, apenas una fotografía o un post de un párrafo que enlaza a otra cosa en un blog deben ser suficientes para decir todo lo que queremos decir; más allá de eso no tenemos tiempo para detenernos, hay que pasar al siguiente mensaje, al siguiente texto o a la siguiente fotografía en una carrera desesperada para abarcar todo aquello que se sucede delante de nosotros a velocidad de vértigo.

Igual que en Internet y en la gastronomía, donde ahora lo que se lleva es el menú degustación y el tapeo (un poquito de cada pero no mucho de nada), en la lectura se ha impuesto también lo breve: microrrelatos, haikus y otras textos mínimos están a la orden del día.

La inmediatez, ese sentido de urgencia, no tiene nada que ver con el libro, al menos con la novela. Cada vez tenemos menos tiempo para un texto largo, para los capítulos que se suceden hasta conformar una historia. Y curiosamente, en vez de reservar un paréntesis de media, una o dos horas en nuestra agenda diaria, lo que hacemos es robarle tiempo a otras actividades. Por eso vemos a tanta gente leyendo a trompicones en el metro, en el autobús o en el tren mientras va a trabajar; o lee mientras come o, como es muy habitual, en la cama antes de dormir. Pero en todos esos casos somos ladrones de tiempo, robando horas de sueño, horas de desplazamiento, horas a la comida. La lectura no es, habitualmente, una actividad que merezca por sí misma un tiempo exclusivo como el que reservamos para hacer la compra, ir al gimnasio, planchar, salir a cenar o ver la televisión. Se ha convertido en una actividad suplente, como un deportista que se sienta en el banquillo a la espera de su oportunidad.

¿Por qué no, entonces, crear la hora de leer, un momento dedicado exclusivamente a la lectura? Sin la distracción de la televisión, el ordenador o el teléfono móvil... Simple y llanamente un tiempo y un espacio dedicado a la lectura. Sí, es cierto, suele ser el objetivo que nos fijamos para el verano, cuando lejos de la rutina y sin agenda no sabemos qué hacer y entonces no hay necesidad de robarle el tiempo a ninguna otra actividad. ¿Por qué no intentar llevar ese momento a cualquier otra época del año? Media hora tumbados en el sofá o una hora sentados en una butaca orejera, sin otra compañía que una novela, ¿es mucho pedir?

Paul Auster se refirió de alguna forma a ese momento y a ese espacio en su discurso al recibir el premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006:

"La novela es una colaboración a partes iguales entre el escritor y el lector, y constituye el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad".

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