11 de Septiembre (nine-eleven dicen los americanos). Esa es la fecha cuya sola mención es sinónimo del asombro -en seguida tornado en estupefaccón-, que todos sentimos mientras veíamos aquellas imágenes que no hemos olvidado 10 años después. La televisión nos sirvió en directo todo el horror que el ser humano es capaz de emplear contra otros seres humanos. Así lo vi yo -tras el escaparate y sin sonido-, en la pantalla plana y de alta definición de una tienda de Bang & Olufsen en Madrid.
De la estupefacción pasé a sentir una enorme tristeza; también a la pregunta de por qué y para qué servía todo aquello. Y aún no he encontrado esas respuestas. Aquel día jamás imaginé que unos años después viviría en esa ciudad gris de cenizas y dolor que veía por la televisión.
Hoy, en Nueva York, no quise ver la televisión sino salir a la calle. Acercarme al lugar de la tragedia con un cuaderno en la mano. Estas son, tal cual, las notas apresuradas que escribí:
«11 de septiembre, 2011. 10 A.M. La ciudad -quizá son cosas mías- está más en silencio que de costumbre, como si nadie quisiera romper el dolor del recuerdo. En el vagón del metro entran dos policías jóvenes en la estación de Times Square: uno de ellos es negro y en su placa plateada como de Sheriff leo su nombre: Reyes. Enfrente de mí una chica lee Animal Farm, de George Orwell y sentado a mí izquierda un hombre lee un diario chino donde aparece un titular imcomprensible sobre una fotografía de Rafa Nadal que juega estos días el US Open en Nueva York. Los dos policias también hablan de tenis. La próxima estación es Chamber St. A mi derecha una pareja de turistas jóvenes despliega un plano del metro. El silencio en el vagón sólo se rompe por los chirridos en la vía y el murmullo de voces que sale de la radio walkie-talkie del policía Reyes. Las calles que dan acceso a la Zona Cero están ya cortadas en Chamber St., y sólo se permite el acceso a los familiares de las víctimas. Me doy cuenta de que no hay nada que ver. Como yo, la gente merodea haciendo fotografías aquí y allá. Quizá todos esperemos ver o sentir algo que en realidad no sabemos lo que es, yo no lo sé. Se ven muchos policías uniformados de azul, cámaras y reporteros con su identificativo (PRESS) colgando del cuello. Hay quien vende banderas americanas (one dollar!) o quien te entrega diferentes estampas. Hasta un perturbado (?) muestra un cartel donde se lee "Fart Smeller Movement", junto a unas fotografías de bastante mal gusto. Es un día gris aunque corre una brisa fresca. Donde estoy, cerca de la entrada de la iglesia de Saint Peter -donde se dio consuelo a las víctimas y descansaban bomberos y voluntarios en los primeros momentos de la tragedia- hay un grupo que grita pidiendo la verdad sobre lo que sucedió aquel día. Y justicia: "Ten years, no justices", repiten a coro. Un hombre mayor recita imperturbable su propio speech rodeado por cámaras y micrófonos, mientras otro a su lado le increpa diciendo que la respuesta sólo la tiene Jesús, el Señor: ¡Jesus, Jesus -repite vehemente-, our Lord! Policías que hacen fotografías a otros policías. Aunque Church St. también está cortada al tráfico, al fondo se puede ver una pantalla gigante donde se escucha el recitar de los nombres de los fallecidos. Tengo la sensación de asistir en peregrinación a un lugar golpeado 10 años atrás. Escucho a un hombre voceando "American flags, American flags...". Otros reparten folletos religiosos. No hay nada que ver, no hay nada que hacer. Me marcho. Cojo el metro en Chamber St. -la línea 3 Express- hasta 72nd St. 12:00 A.M.»
La vida continúa, no se detiene.
P.D.- La ilustración, magnífica, del número especial de la revista The New Yorker es obra de la española Ana Juan.
12 comentarios:
Hola Javier:
Simplemente magnífico el relato. Serán unas notas apresuradas pero son estupendas. Por ritmo, por mirada, por la forma de interiorizar el sentimiento propio y el de la ciudad.
Enhorabuena
Gracias, Javier. Se nota sentimiento. Felicidades. Abrazo.
OK, buenas notas, bien tomadas. Y eso que ya es difícil decir nada nuevo sobre el 11-S.
Luis
Hola Fernando,
A veces, no siempre, la primera impresión, la más espontánea, es la que cuenta, la que mejor define las cosas. Y escribirlas muchas veces rompe con el tópico de que una imagen vale más que mil palabras. No siempre es así.
Muchas gracias, también, por las tuyas.
Un abrazo.
Muchas gracias Francisco. Sin un poco de sal el resultado es muy soso.
Un abrazo.
Hola Luis,
Es cierto que después de todo lo que se ha escrito estos días -y desde luego mucho mejor- no había mucho espacio para innovar, pero eso fue lo que yo vi y sentí.
Muchas gracias y un abrazo.
Muy buena crónica. Personal y auténtica. Transmite muy bien el ambiente, la mezcla de lo normal con lo extraordinario.
"No hay nada que hacer ... la vida continua, no se detiene"
Pues eso ...
Un saludo
Hola Astrid,
Es verdad que la vida es un auténtico rodillo.
Gracias por tus palabras y por pasarte por aquí.
Seguimos...
Un abrazo.
Cómo me ha gustado el relato, la vida se normaliza a pesar de todo, es así y debe ser así.
Yo viajé a NY después de ese horrible atentado, un hijo mío vivía allí, paseé esa ciudad de arriba abajo, me encantó y eso que las heridas estaban a flor de piel.
Espero volver algún día.
Un saludo
Teresa
Hola Teresa,
Aunque olvidar sea difícil, creo que el tiempo cura las heridas, hasta las que son tan grandes como las del atentado de NY.
Si vuelves por aquí igual podríamos vernos y hablar de todo esto más despacio.
Un saludo,
Javier
Con tus palabras consigues que parezca que estamos allí, viendo y viviendo exactamente lo mismo que tu. Es un relato fantástico.
Enhorabuena!
Un saludo,
Lu.
Hola Lu,
La verdad es que no me paré a pensar, es simplemente lo que veía, lo que pasaba por delante de mis ojos. Como fotogramas de una película. Me alegro mucho de que lo leyeras y que te gustara.
Un saludo!
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