Otra vez un avión ha servido como la mejor sala de lectura posible para leer, en esta ocasión, la primera y a la vez novela póstuma de José Saramago. Escrita hace 50 años, el después Premio Nobel de Literatura envió el manuscrito de «Claraboya» cuando tenía 31 años. Nunca recibió contestación hasta que en 1999 la editorial encontró el manuscrito: "Para la editorial sería un honor publicar el manuscrito encontrado en una mudanza de las instalaciones", pero Saramago no permitió su publicación mientras él viviera.
Quise leer «Claraboya» (Alfaguara, 2011) -"libro escrito en las horas nocturnas tras jornadas de trabajo en empleos que no eran fáciles"- porque nunca había leído a Saramago (otro escritor en la Lista de Autores Desconocidos) y porque me pareció un fantástica oportunidad comenzar precisamente por su primera novela de juventud, escrita cuando su nombre no significaba nada e intentaba dar sus primeros pasos como escritor.
El resultado me ha parecido inmejorable y me ha hecho pensar precisamente en las razones de la editorial para no publicarlo y, aún más, en la madurez, por algunos de los temas que aborda, de aquel joven de treinta años. "Claraboya es una novela de personajes -dice Pilar del Río, su viuda, en el prólogo-. Se sitúa en Lisboa, en los años cuarenta, cuando la Segunda Guerra ha terminado, no la dictadura salazarista, que aparece como una sombra o un silencio que todo lo envuelve", aunque no es en absoluto una novela política.
Sin duda es una novela de personajes, los vecinos de una misma casa, a quienes podemos observar a través del microscopio de su mirada y conocer sus deseos y miserias. No en balde Saramago hace toda una declaración de intenciones cuando comienza la novela -que dedica a la memoria de su abuelo- con una cita de Raul Brandâo:
«En toda las almas, como en todas las casas, además de fachada, hay un interior escondido».
Recordaré ese vuelo y recordaré esta novela con un buen sabor de boca, el que deja la buena literatura y la pasión por escribir de un escritor novel que llegaría a ser, con el paso de los años, premio Nobel.
Algunas frases que subrayé mientras leía:
- «El viejo reloj de la sala, que Justina heredó a la muerte de los padres, tocó nueve campanadas gangosas, tras un trajín de maquinaria cansada».
- «Luchaban, sin desfallecimiento, uno y otro, el sonido contra la obstinación de la desesperanza y la certeza de la muerte, el silencio contra el desdén de la eternidad».
- «El tiempo se deslizaba, incesante, con ese rumor sedoso que tiene la arena que cae de una esfera».
- «Lo que cada uno de nosotros tenga que ser en la vida, no lo será por las palabras que oye ni por los consejos que admite. Tendremos que recibir en la propia carne la cicatriz que nos transforma en verdaderos hombres».
- «¿Para esto vivimos? ¿Para hacer hijos y lanzarlos a la batalla? ¿Para construir ciudades y arrasarlas? ¿Para desear la paz y tener la guerra?»
P.D.- En el avión -además de Claraboya- también viajaron conmigo las novelas de otras dos mujeres: «Nadie me verá llorar», de Cristina Rivera Garza, y «El verano sin hombres», de Siri Hustvedt.
3 comentarios:
De Saramago he leído varias novelas y siempre me ha sorprendido muchísimo. Su Ensayo sobre la ceguera es impresionante. De esas novelas que se te quedan en la cabeza y le das vueltas. Y vuelves muchas veces a sus grandes reflexiones. Esta obra la tengo pendiente. Y desde luego me dejas con ganas.
Besotes!!!
A mi me gustó mucho descubrir estas páginas olvidadas, y me llevé una grata sorpresa con el personaje de Abel. Creo que hasta puedo decir que fue el responsable de que después me leyeran "El año de muerte de Ricardo Reis".
Excelente libro.. me encanto.
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