Pestañas

15 junio, 2008

El fulgor y la sangre














Me encontré hace unos días en los periódicos con una de las fotografías que este año se incluye en la XI edición de PHotoEspaña. Se trata de "Guardia Civil España, 1950" de W. Eugene Smith. Inmediatamente recordé un magnífico libro de Ignacio Aldecoa, 'El fulgor y la sangre' que fue finalista del Premio Planeta en 1954. Lo leí hace varios años pero conservo un recuerdo inborrable. El recuerdo del calor, del crimen, de la angustia de las mujeres, del tiempo detenido, de la Guardia Civil. De una historia que atrapa y que discurre apenas entre el mediodía y el crepúsculo de una jornada de verano en un pueblo castellano. Lo leí en una edición (la tercera) de 1970, en la colección de Autores Españoles e Hispanoamericanos, de Planeta, de tapa dura, y que compré por cinco euros. Posteriormente compré una edición de Espasa Calpe de 1996, en la colección Austral, con prólogo de José Manuel Caballero Bonald.

En el ámbito cerrado y ruinoso de una casa cuartel perdida en la serranía castellana, las mujeres de unos guardias civiles reciben la noticia de que uno de elllos ha muerto. Sin saber de quién se trata, aguardan angustiadas la confirmación de su identidad. "Aldecoa se vale de ese percance -señala Caballero Bonald- para trazar un virulento aguafuerte en el que van sucediéndose las vidas de unas pocas personas sumidas en los cotidianos infortunios de la posguerra. Nada se desvía de esa concreta, sobria, implacable tarea inquisitiva".

Merece la pena leer a Aldecoa. Merece la pena volver a 'El fulgor y la sangre' y, cómo no, a su magnífico 'Gran Sol', al que un día me referiré.

Caballero Bonald afirma que "Si un modo de escribir equivale a una manera de ser, Aldecoa trasvasa desde luego a su obra los más visibles rasgos de su carácter. Esa es al menos la impresión que se obtiene desde la primera frase de esta novela: "De vez en cuando arrastraba el pie por la pista de hormigas y producía el desastre". Ahí podría estar sintetizada la tensión de un estilo que es, a la vez, una suerte de predisposición expectante y de acto reflejo de voluntad. La potencia descriptiva de Aldecoa, la limpia plasticidad de su prosa obedecen al mismo acuciante deseo de ahondar en la psicología de los personajes y, simultáneamente, al esmero por conseguir la máxima temperatura sensorial en la recreación literaria de la naturaleza".

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