Raymond Carver (1939-1988) |
Confieso mi ignorancia si digo que no he leído a Raymond Carver, el gran maestro norteamericano del relato breve, aunque espero que este reconocimiento vergonzoso sirva al menos como primer paso para corregir -algunos no me lo podrán perdonar pero me lo recomendarán fervientemente- esa ausencia en mi itinerario lector. Ya tengo incluso en mis manos el remedio, su última colección de relatos publicada, «Where I'm calling from», que ni siquiera he tenido que comprar: estaba en casa y es el libro que mi hija tuvo que leer en su clase de inglés en High School, lo que aún añade más leña a mi bochorno.
Pero lo que trae a Raymond Carver por aquí, a la Palabra Infinita, es un texto que recuperé impreso hace ya varios meses, probablemente con origen en algún tuit cuyo autor me perdonará que no mencione -como es de rigor- simplemente por descuido. Es un artículo firmado por el propio Carver donde cuenta algunos de sus pensamientos e ideas a la hora de enfrentarse al proceso de escritura. Como siempre, lo mejor es acudir al texto original, titulado «Escribir un cuento», pero he querido extraer y compartir dos partes de ese texto que me resultaron muy interesantes:
Provocar un escalofrío en la espina dorsal del lector
«Tanto en la poesía como en la narración breve, es posible hablar de lugares comunes y de cosas usadas comúnmente con un lenguaje claro, y dotar a esos objetos —una silla, la cortina de una ventana, un tenedor, una piedra, un pendiente de mujer— con los atributos de lo inmenso, con un poder renovado. Es posible escribir un diálogo aparentemente inocuo que, sin embargo, provoque un escalofrío en la espina dorsal del lector, como bien lo demuestran las delicias debidas a Navokov. Esa es de entre los escritores, la clase que más me interesa. Odio, por el contrario, la escritura sucia o coyuntural que se disfraza con los hábitos de la experimentación o con la supuesta zafiedad que se atribuye a un supuesto realismo. En el maravilloso cuento de Isaak Babel, Guy de Maupassant, el narrador dice acerca de la escritura: Ningún hierro puede despedazar tan fuertemente el corazón como un punto puesto en el lugar que le corresponde».
Pronto vi la historia y supe que era mía
«Al fin tomé asiento y me puse a escribir una historia muy bonita, de la que su primera frase me dio la pauta a seguir. Durante días y más días, sin embargo, pensé mucho en esa frase: Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Sabía que la historia se encontraba allí, que de esas palabras brotaba su esencia. Sentí hasta los huesos que a partir de ese comienzo podría crecer, hacerse el cuento, si le dedicaba el tiempo necesario. Y encontré ese tiempo un buen día, a razón de doce o quince horas de trabajo. Después de la primera frase, de esa primera frase escrita una buena mañana, brotaron otras frases complementarias para complementarla.
Puedo decir que escribí el relato como si escribiera un poema: una línea; y otra debajo; y otra más. Maravillosamente pronto vi la historia y supe que era mía, la única por la que había esperado ponerme a escribir».
P.D.- Si has leido a Carver me gustaría saber si al hacerlo sentiste un escalofrío en la espina dorsal.
2 comentarios:
Muy interesante el artículo. Un autor que me gusta y no me gusta al mismo tiempo; nunca escribiría con tanta frialdad, distancia. La de su admirado Chejov.
En septiembre de 2008, cuando leí el cuento en cuestión -"Póngase usted en mi lugar"- acerca del que trata el artículo, escribía sobre él: "Un escritor ante el mundo, ante la gente normal. Se retrata muy bien esa "mirada diferente" ante las cosas. El alcohol comienza a aparecer, como en los cuentos posteriores de este autor. Coches que amenazan con no arrancar: otra de las constantes del libro".
Un saludo,
Lucio Recalde.
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