Como a tanta gente, creo, me apasiona leer primeras frases y primeras líneas de libros y novelas. Parece, y probablemente sea cierto, que anuncian lo que vendrá, las historias, las vidas, los sentimientos que iremos descubriendo en las páginas -aunque sean cientos- que después leeremos. Pues eso, que me parece que las primeras letras encierran la clave de todo lo posterior. A propósito de esto, leo en El Cultural del diario El Mundo, las primeras páginas de la nueva novela de John Updike, "Terrorista", en la que "se pone en la piel de Ahmad, un joven musulmán norteamericano que aspira a convertirse en terrorista suicida, incapaz de adaptarse a una sociedad llena de lujuria y temor". La novela comienza así:
"Demonios", piensa Ahmad. "Estos demonios quieren llevarse a mi Dios". En el Central High School, las chicas se pasan el día contoneándose, hablando con desdén, exhibiendo tiernos cuerpos y tentadoras melenas. Sus vientres desnudos, adornados con flamantes pendientes en el ombligo y tatuajes fatuos que se pierden muy abajo, preguntan: "¿Acaso queda algo más por ver?". Los chicos se pavonean, se arriman a ellas, gastan miradas crueles; con chulescos gestos de crispación y un desaire apático al reír indican que el mundo no es más que esto: un vestíbulo ruidoso y esmaltado, con taquillas metálicas a cada lado, que termina en una pared lisa, profanada por graffiti y repintada con rodillo tantas veces que parece avanzar milímetro a milímetro.
Es un espectáculo ver a los profesores, cristianos débiles y judíos que no cumplen los preceptos de su religión, enseñando la virtud y la templanza moral, pero sus miradas furtivas y voces huecas delatan su falta de convicción. Les pagan para que digan esas cosas, les pagan la ciudad de New Prospect y el estado de New Jersey. Pero carecen de fe verdadera; no están en el Recto Camino. Son impuros.