Queda inaugurado el año con la lectura de ‘El guardián entre el centeno’ (
Edhasa, 2007), la primera obra publicada por el autor norteamericano
J. D. Salinger en 1945 con el título original de '
The Catcher in the Rye'. Es un libro fácil de leer que envuelve en la peripecia de un adolescente, Holden Caulfield, y que figura en el imaginario de los libros imprescindibles que miles de escolares norteamericanos han leído en el colegio por obligación. Holden es también un estudiante, y la historia que narra en primera persona comienza el día en que sale de Pencey,
“que es un colegio que hay en Agerstown, Pensilvania”.
A partir de entonces se suceden una serie de hechos y recuerdos que van perfilando a un Holden fracasado que busca un sitio en el mundo de los adultos cuando apenas ha dejado de ser un niño mayor. Salinger hace el retrato del protagonista a través de una galería de numerosos personajes que se cruzan o se cruzaron en su camino para dibujar a un joven descreído, mal estudiante pero amante de la lectura y la escritura, mal hablado pero tierno –sobre todo con su hermana Phoebe-, que contempla el sexo con distancia, y a un joven sarcástico que observa el mundo desde fuera bajo el decorado frío y gris de la ciudad de
Nueva York.
"Si llegábamos a tener hijos, los esconderíamos en alguna parte. Les compraríamos un montón de libros y les enseñaríamos a leer y escribir nosotros solos.” El señor Antolini, un antiguo profesor, le dice en un momento:
“- Creo que un día de estos –dijo-, averiguarás qué es lo que quieres. Y entonces tendrás que aplicarte a ello inmediatamente. No podrás perder ni un solo minuto. Eso sería un lujo que no podrás permitirte.”
Pero es en otro momento cuando el propio Holden hace un manifiesto de lo que quisiera que fuera su propia vida:
“Estuve sin moverme como una hora, y al final decidí irme de Nueva York. Decidí no volver jamás a casa ni a ningún otro colegio. Decidí despedirme de Pohebe, decirle adiós, devolverle el dinero que me había prestado, y marcharme al Oeste haciendo autostop. Iría al túnel Holland, pararía un coche, y luego a otro, y a otro, y a otro, y en pocos días llegaría a un lugar donde haría sol y mucho calor y nadie me conocería. Buscaría un empleo. Pensé que encontraría trabajo en una gasolinera poniendo a los coches aceite y gasolina. Pero la verdad es que no me importaba qué clase de trabajo fuera con tal de que me nadie me conociera y yo no conociera a nadie. Lo que haría sería hacerme pasar por sordomudo y así no tendría que hablar. Si querían decirme algo tendrían que escribirlo en un papelito y enseñármelo. Al final se hartarían y ya no tendría que hablar el resto de mi vida. Pensarían que era un pobre hombre y me dejarían en paz. Yo les llenaría los depósitos de gasolina, ellos me pagarían, y con el dinero me construiría una cabaña en algún sitio y pasaría allí el resto de mi vida. La levantaría cerca del bosque, pero no entre los árboles, porque quería ver el sol todo el tiempo. Me haría la comida, y luego, si me daba la gana de casarme, conocería a una chica guapísima que sería también sordomuda y nos casaríamos. Vendría a vivir a la cabaña conmigo y si quería decirme algo tendría que escribirlo, como todo el mundo. Si llegábamos a tener hijos, los esconderíamos en alguna parte. Les compraríamos un montón de libros y les enseñaríamos a leer y escribir nosotros solos.”
Lo demás hay que leerlo por uno mismo, incluso para conocer el porqué del título de la novela. Mejor comprando el libro pero, si no, también se puede leer aquí.