Pestañas

20 diciembre, 2010

«La soledad de los números primos»

Premio Strega 2008
"Los números primos sólo son exactamente divisibles por 1 y por sí mismos. Ocupan su sitio en la infinita serie de los números naturales y están, como todos los demás, emparedados entre otros dos números, aunque ellos más separados entre sí".

Incluyo esta cita, que no está al comienzo sino en la mitad de «La soledad de los números primos» (Salamandra, 2009), porque da una pista perfecta de lo que podemos encontrar en esta opera prima del italiano Paolo Giordano: la metáfora que explica "la conmovedora historia de Alice y Mattia, dos seres cuyas vidas han quedado condicionadas por las consecuencias irreversibles de sendos episodios ocurridos en su niñez".

Comencé su lectura con cierta prevención pero todas mis dudas se disiparon conforme iba introduciéndome en la historia y en sus personajes. Eso es la "La soledad...", el relato que nos muestra la relación de sus dos protagonistas -dos caracteres muy especiales y muy literarios- en el tránsito desde su adolescencia hasta la vida adulta.

Es una historia que atrapa aunque tiene altibajos en su desarrollo y, en mi opinión, algunas lagunas a la hora de hacer totalmente creíble la vida de ambos personajes. Parece imposible por ejemplo, que, aunque la personalidad de Mattia no cambie con los años, las circunstancias de la vida no le cambien siquiera un ápice, o que el problema de Alice no tenga otras consecuencias en su vida "real".

Sin embargo, es una novela que tiene muy pocos "peros", que yo recomiendo leer y que gustará a quien guste una historia que conmueve, con unos personajes que cautivan, además de un lenguaje cuidado y unos diálogos muy bien escritos. Una de esas novelas que uno imagina que pueda convertirse en algún momento en película, lo que -por cierto-, creo que ya ha debido de ocurrir.

Algunas frases que subrayé mientras leía:

- Su madre ya vivía en ella en forma de recuerdo, como un grano de polen que se hubiera posado en algún rincón de su memoria, donde permanecería el resto de su vida convertida en unas cuantas imágenes sin sonido.

- Y Alice sonrió pensando que quizá aquélla sería la primera media verdad de los esposos, la primera de las pequeñas grietas que se crean entre dos personas, por las que tarde o temprano la vida introduce su ganzúa y hace palanca.

- Las decisiones se toman en unos segundos y se pagan el resto de la vida.

13 diciembre, 2010

«El paraíso en la otra esquina»

Leer «El paraíso en la otra esquina» (Alfaguara, 2003) de Mario Vargas Llosa, ha sido realizar un repaso de geografía, historia y arte desde un punto de vista literario. Vargas Llosa recrea en su novela la vida de dos personajes, Paul Gaugin y Flora Tristán (nieto y abuela materna), el pintor y la luchadora por los derechos de los obreros, en lo que me ha parecido una interesantísima y deliciosamente entrelazada biografía de ambos.

Quizá no con el rigor y el orden oportuno de los detalles al uso en otras biografías pero sí atrapando la esencia de sus vidas, alternando sus voces en cada capítulo e introduciendo además su propia voz para dirigirse a ellos y traerlos al presente en dos planos -geográfico y temporal- diferentes.

Decía que fue un repaso de geografía porque confieso que leí con el iPad al lado ayudándome de Google Maps para situar Tahití y las Islas Marquesas en los mares del Sur, así como las ciudades -Papeete, Paea, Mataiea, Hiva Ova o Atuona- donde tras dejar Europa transcurren los últimos años de Gauguin, para quien "pintar no era cuestión de oficio sino de circunstancias, no de destreza sino de fantasía y entrega vital".

También para seguir la travesía (Burdeos, Cabo Verde, cabo de Hornos, Valparaíso, Islay, Arequipa y Lima) que lleva a Flora desde Francia al Perú de sus orígenes para conocer a su familia, así como su propio periplo por Francia predicando el futuro de la Unión Obrera: "Volviste a Francia decidida a ser otra, a romper las cadenas, a vivir plenamente y libre, resuelta a llenar las lagunas de tu espíritu, a cultivar tu inteligencia, y, sobre todo, a hacer cosas, muchas cosas, para que la vida de las mujeres fuera mejor de lo que había sido para ti".

Paul Gauguin. «Autorretrato»
Pero me ayudé sobre todo del iPad y de Internet para visualizar los cuadros de Gaugin mientras leía, para ver en ellos a los personajes y los pensamientos que hierven en la cabeza del pintor, para acompañarle mientras pinta, para entender con otros ojos las exóticas pinturas coloridas de aquel excéntrico de su tiempo, amigo del Holandés Loco (Vincent van Gogh) con quien vivió algún tiempo también en la Casa Amarilla de Arles. 

"Tu pintura no era la de un europeo moderno y civilizado. [...] El arte tenía que romper esa moldura estrecha, el horizonte pequeñito en que habían terminado por encarcelarlo los artistas y los críticos, los académicos y los coleccinistas de París: abrirse al mundo, mezclarse con las demás culturas, airearse con otros vientos, otros paisajes, otros valores, otras razas, otras creencias, otras formas de vida y de moral. [...] Tú lo habías hecho, saliendo al encuentro del mundo, yendo a buscar, a aprender, a embriagarte con aquello que Europa desconocía o negaba".

«Manau Tupapau»
En la pantalla se iban haciendo realidad -de alguna forma virtual- las pinturas de Gauguin, que llegó a Tahití en 1891 cuando acababa de cumplir cuarenta y tres años. Desde su primera obra maestra, Manao Tupapau, hasta El hechicero de Hiva Ova, probablemente el último cuadro que pintó ya casi ciego.

Paul Gauguin y Flora Tristán son dos personajes de carne y hueso, hombre y mujer de la misma familia, que lucharon contra corriente sin miedo a ser distintos, a hacer lo que nadie se hubiera atrevido a hacer. Y a mí me gustó entremezclarme en sus vidas y, mucho, descubrir detrás de su relato la pluma deliciosa de Mario Vargas Llosa. 

PD.- Dos días después de que la Academia Sueca concediera a Mario Vargas Llosa el Premio Nobel de Literatura, 7 de octubre, tuvimos la fortuna de verle en el Metropolitan Opera de Nueva York donde asistíamos a la representación de Los cuentos de Hoffman (Offenbach). Aunque pensamos en acercarnos y saludarle -nadie parecía conocerle y conversaba con su mujer y unos amigos durante un descanso- nos pudo el respeto a su persona y su tranquilidad.

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