Pestañas

13 diciembre, 2010

«El paraíso en la otra esquina»

Leer «El paraíso en la otra esquina» (Alfaguara, 2003) de Mario Vargas Llosa, ha sido realizar un repaso de geografía, historia y arte desde un punto de vista literario. Vargas Llosa recrea en su novela la vida de dos personajes, Paul Gaugin y Flora Tristán (nieto y abuela materna), el pintor y la luchadora por los derechos de los obreros, en lo que me ha parecido una interesantísima y deliciosamente entrelazada biografía de ambos.

Quizá no con el rigor y el orden oportuno de los detalles al uso en otras biografías pero sí atrapando la esencia de sus vidas, alternando sus voces en cada capítulo e introduciendo además su propia voz para dirigirse a ellos y traerlos al presente en dos planos -geográfico y temporal- diferentes.

Decía que fue un repaso de geografía porque confieso que leí con el iPad al lado ayudándome de Google Maps para situar Tahití y las Islas Marquesas en los mares del Sur, así como las ciudades -Papeete, Paea, Mataiea, Hiva Ova o Atuona- donde tras dejar Europa transcurren los últimos años de Gauguin, para quien "pintar no era cuestión de oficio sino de circunstancias, no de destreza sino de fantasía y entrega vital".

También para seguir la travesía (Burdeos, Cabo Verde, cabo de Hornos, Valparaíso, Islay, Arequipa y Lima) que lleva a Flora desde Francia al Perú de sus orígenes para conocer a su familia, así como su propio periplo por Francia predicando el futuro de la Unión Obrera: "Volviste a Francia decidida a ser otra, a romper las cadenas, a vivir plenamente y libre, resuelta a llenar las lagunas de tu espíritu, a cultivar tu inteligencia, y, sobre todo, a hacer cosas, muchas cosas, para que la vida de las mujeres fuera mejor de lo que había sido para ti".

Paul Gauguin. «Autorretrato»
Pero me ayudé sobre todo del iPad y de Internet para visualizar los cuadros de Gaugin mientras leía, para ver en ellos a los personajes y los pensamientos que hierven en la cabeza del pintor, para acompañarle mientras pinta, para entender con otros ojos las exóticas pinturas coloridas de aquel excéntrico de su tiempo, amigo del Holandés Loco (Vincent van Gogh) con quien vivió algún tiempo también en la Casa Amarilla de Arles. 

"Tu pintura no era la de un europeo moderno y civilizado. [...] El arte tenía que romper esa moldura estrecha, el horizonte pequeñito en que habían terminado por encarcelarlo los artistas y los críticos, los académicos y los coleccinistas de París: abrirse al mundo, mezclarse con las demás culturas, airearse con otros vientos, otros paisajes, otros valores, otras razas, otras creencias, otras formas de vida y de moral. [...] Tú lo habías hecho, saliendo al encuentro del mundo, yendo a buscar, a aprender, a embriagarte con aquello que Europa desconocía o negaba".

«Manau Tupapau»
En la pantalla se iban haciendo realidad -de alguna forma virtual- las pinturas de Gauguin, que llegó a Tahití en 1891 cuando acababa de cumplir cuarenta y tres años. Desde su primera obra maestra, Manao Tupapau, hasta El hechicero de Hiva Ova, probablemente el último cuadro que pintó ya casi ciego.

Paul Gauguin y Flora Tristán son dos personajes de carne y hueso, hombre y mujer de la misma familia, que lucharon contra corriente sin miedo a ser distintos, a hacer lo que nadie se hubiera atrevido a hacer. Y a mí me gustó entremezclarme en sus vidas y, mucho, descubrir detrás de su relato la pluma deliciosa de Mario Vargas Llosa. 

PD.- Dos días después de que la Academia Sueca concediera a Mario Vargas Llosa el Premio Nobel de Literatura, 7 de octubre, tuvimos la fortuna de verle en el Metropolitan Opera de Nueva York donde asistíamos a la representación de Los cuentos de Hoffman (Offenbach). Aunque pensamos en acercarnos y saludarle -nadie parecía conocerle y conversaba con su mujer y unos amigos durante un descanso- nos pudo el respeto a su persona y su tranquilidad.

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