Andrés Ibañez escribe en ABC de Las Letras (17/2/2007) que "la literatura se vuelve hacia la historia por el ejemplo de Cristo. La literatura de occidente nace de los Evangelios, que cuentan de forma realista la vida de un hombre cualquiera. De ahí tomamos la necesidad de situar al sujeto en la Historia, la idea musical de de construir la vida como una teleología y la creación del espacio del yo histórico, que es el yo psicológico marcado por el deseo, la esperanza y la muerte. El nacimiento y la muerte de Cristo son los acontecimientos centrales de nuestra cultura.
Cuando la palabra alcanza la sustancia, cuando un poema dice cosas memorables, cuando un verso o un párrafo suscitan una imagen imborrable en nuestra imaginación, cuando nos parece que un texto nos habla (¡y nos sorprende menos que si nos hablara un pájaro o una montaña!), cuando sentimos las palabras como piedras calientes o húmeda piel humana, cuando estamos, en fin, en presencia de la literatura, a la que siempre deberíamos llamar por su verdadero nombre: poesía, estamos en presencia del milagro de la encarnación, porque el cuerpo del lenguaje no es otro que el cuerpo de Cristo, la palabra hecha carne. La poesía nos permite experimentar la sustancia del nacimiento y muerte de Cristo porque encarna en el lenguaje la experiencia de nuestra evaporación unida a la experiencia de lo astral, la "estrella en el hombre" de Paracelso, la imaginación".
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