Escribo en esta tarde de domingo con la tristeza de saber que ha muerto en Lisboa Antonio Tabucchi, del que hablaba -sin saber de su enfermedad- en la entrada anterior de este mismo cuaderno digital. Me queda la tristeza de su pérdida pero también sus novelas y, en especial, ese libro con encanto que fue para mí «Sostiene Pereira», en un momento y un lugar muy señalados.
Aquel era un libro amarillo de Anagrama, igual que este cuya lectura termino esta semana, «En el café de la juventud perdida», del francés Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945), publicada en España en 2007. Curiosamente ambas novelas tienen a dos ciudades por escenario, jugando un papel como de esos actores secundarios sin los cuales la película nunca sería la misma. En el caso de Tabucchi era Lisboa, la ciudad donde precisamente ha dejado de latir su corazón y, en el caso de Modiano, París, con las calles de las zonas neutras, como dice uno de los personajes: «Las zonas neutras tienen, al menos, esta ventaja: no son sino un punto de partida y, antes o después, nos vamos de ellas».
Después de leer «En el café de la juventud perdida» -cuyo descubrimiento y recomendación debo a @karostra- Patrick Modiano es, por lo tanto, otro de los escritores a quien debo tachar de la Lista de Autores Desconocidos. Es una novela corta cuyo cierre, por lo sorprendente, me ha hecho pensar en un cuento largo cuyo título no engaña. Nos habla Modiano del café parisino donde se reunen -en la década de los 60- varios jóvenes de entre 19 y 25 años: «En Le Condé nunca nos hacíamos unos a otros preguntas acerca de nuestros orígenes. Éramos demasiado jóvenes, no teníamos pasado alguno que desvelar, vivíamos en el presente. [...] Le Condé era para mí un refugio contra todo lo que preveía que traería la grisura de la vida».
«En esa vida que, a veces, nos parece como un gran solar sin postes indicadores, en medio de todas las líneas de fuga y de los horizontes perdidos, nos gustaría dar con puntos de referencia, hacer algo así como un catastro para no tener ya esa impresión de navegar a la aventura. Y entonces creamos vínculos, intentamos que sean más estables los encuentros azarosos».
Patrick Modiano |
En el centro de la escena está Louki, una joven frágil y en contínua búsqueda de la que Modiano apenas ofrece alguna descripción («con el busto erguido, ademanes lentos y armoniosos y sonrisa casi imperceptible, aguantaba estupendamente el alcohol»), sino que nos dice únicamente que era diferente de los demás. Es ella misma quien nos da algunas pistas reveladoras: «Noté esa sensación de angustia que se apoderaba de mí, muchas veces, de noche, y que era aún más fuerte que el miedo, esa sensación de que en adelante sólo iba a poder contar conmigo misma, sin recurrir a nadie [...] No era de verdad yo misma más que mientras escapaba. No tengo más recuerdos buenos que los de huida o evasión». Otro personaje nos dice además que «Quería evadirse, huir cada vez más lejos, romper bruscamente con la vida vulgar para respirar el aire libre».
Me ha gustado la forma en que Modiano construye el relato, incluyendo retazos de misterio y dando voz a cada uno de los personajes principales en diferentes capítulos de forma que vamos atando cabos sobre Jacqueline Delanque, aquella chica que todos conocen como Louki. Una pequeña novela para leer con calma, sin prisa, para saborear la escritura de Modiano y volver a sentir la incertidumbre de ser joven.
«A mitad de la verdadera vida,
nos rodeaba una adusta melancolía,
que expresaron tantas palabras burlonas y tristes,
en el café de la juventud perdida»
GUY DEBORD
P.D.- Esta semana he tomado la decisión -libre y responsable- de incluir en mi Lista de Autores Desconocidos a dos escritores noveles y, por tanto, doblemente desconocidos: Gonzalo Garrido, que publicará en las próximas semanas «Las flores de Baudelaire» (Editorial Alrevés), y Pablo Cerezal, con «Los cuadernos del Hafa» (Ediciones Carena), su primera novela también. Leeré y contaré.