Pestañas

25 julio, 2011

«El jinete del silencio», la mejor novela de Gonzalo Giner

Llegó el tiempo de leer «El jinete del silencio» (Temas de Hoy, 2011), la novela de un amigo, Gonzalo Giner (Madrid, 1962), justo antes de regresar a España para pasar las vacaciones de verano. Él mismo me había enviado un ejemplar dedicado y, desde entonces, tenía mucha ilusión por leerlo.

Aunque Gonzalo es veterinario de profesión, su pasión por la escritura comenzó hace unos años cuando para escapar de una situación laboral complicada, conjurar los problemas y liberar las tensiones que lo atenazaban, decidió escribir un libro. Lo dijo y lo hizo, aunque para ello tuviera que levantarse a hurtadillas a las cinco de la mañana para poder escribir. El resultado fue La cuarta alianza (2005), un thriller histórico cuyo manuscrito compartió con algunos amigos lleno de ilusión y con el que se probó así mismo como escritor. Después vinieron El secreto de la logia (2007) y su gran éxito hasta ahora, El sanador de caballos (2008), la novela con la que ha conseguido captar la atención de miles de lectores. El jinete del silencio es, por tanto, su cuarta novela. Y para mí, la mejor.

En estas dos últimas obras Gonzalo ha sabido crear la fórmula perfecta para mezclar vocación y profesión con la pasión por los caballos y por la historia, y eso, sin duda, le ha dado alas a la hora de escribir. No sólo porque le ha dado una temática que domina y le distingue (alguien podría decir que ha encontrado su "nicho") sino porque además le ha ayudado -es una opinión personal- a mejorar y madurar su técnica como escritor. Es curioso como habiendo leído sus cuatro novelas se puede observar claramente esa progresión.

Gonzalo Giner es una gran narrador, un gran contador de historias, un gran inventor de tramas y subtramas que van tejiendo un relato que contiene todos los elementos para cautivar a los lectores: aventura, pasión, amor, traición, todo ello situado en un contexto histórico reconocible, y que destila -puede que ahí resida la clave de su éxito- un sentimiento especial de emoción. Él mismo lo explica:

«Cada vez que escribo una novela de ficción, uno de mis principales empeños consiste en captar el interés del lector, pero sobre todo despertar sus emociones; el más difícil pero a la vez apasionante reto. Me sirvo para ello de una historia humana, más o menos salpicada de aventuras, drama o humor, añado un contenido histórico que por uno u otro motivo ha conseguido seducirme, y desde ese momento intento compartir su resultado con quien se asome a estas páginas. Unas veces se convierte en fondo del relato, y otras en el eje vertebral de la narración.»

Para mí lo más importante, ya lo he dicho antes, es que con El jinete del silencio Gonzalo Giner ha crecido sin duda como escritor y el resultado es una novela mejor construida, con un lenguaje más preciso, con una ambientación y unas descripciones más redondas, con unos personajes mejor definidos; en definitiva, ha conseguido una novela más solida y completa. Son algo más de setecientas páginas de novela que el ritmo y la trama ayudan a transitar sin apenas darse uno cuenta, quizá en ocasiones hasta con demasiada celeridad en algunos pasajes donde el autor podría haberse recreado algo más.

Sobre el argumento no desvelaré nada; para eso hay que leer la novela, sin duda una lectura muy entretenida para las largas tardes de verano.

P.D.- Leí El jinete del silencio a caballo -nunca mejor dicho- entre la versión en papel y la versión digital en un iPad, probablemente en una proporción de 30-70. Como es un libro voluminoso eso me permitió llevarlo conmigo y disfrutar de su lectura en algunos paseos por Central Park, por el margen del río Hudson e incluso en los trayectos en metro entre las estaciones de 72nd Street y Grand Central.

18 julio, 2011

Humor y ternura en «Vive como puedas»

Nunca busqué la diversión en la lectura de un libro. Sí el entretenimiento, pero no la evasión a través del humor, no por desprecio sino simplemente por gusto y jerarquía a la hora de elegir el rumbo de las propias lecturas. Pues aún asi, y porque se coló practicamente de rondón, me encontré leyendo «Vive como puedas» (Tusquets, 2011), la novela de Joaquín Berges (Zaragoza, 1965) que toma su título como réplica de la película de Frank Capra 'Vive como quieras'. Y reconozco que no sólo me divirtió sino que en ocasiones me encontré riendo en voz alta sin poder evitarlo.

Berges relata la vida y circunstancia de Luis, ingeniero y padre de familia de cuarenta y tres años que ve cómo su vida se complica hasta decir basta. Él es el centro de las situaciones más disparatadas y que tienen como protagonistas principales a los miembros de su familia. Me ha parecido una novela divertida y enormemente tierna a la vez, muy bien escrita, con buenísimos diálogos y, lo mejor, con unos personajes muy bien construidos. Pero además de lo hilarante de la historia, se intuye también en Berges -acompañando a esa ternura- cierto ánimo didáctico, la intención de enseñar algo al lector, de dejar su propia moraleja acerca de las vidas desenfrenadas que vivimos, como si en el fondo se tratase de un libro de autoayuda sobre la felicidad. 

Ana compró la novela en un aeropuerto antes de volar porque "tenía el tamaño adecuado y me apetecía leer algo diferente". Y es cierto que es diferente. Vive como puedas es quizá un libro menor pero no es un libro cualquiera. De vez en cuando merece la pena leer algo diferente.

  • Algunas frases que subrayé mientras leía aunque no son, precisamente, las más divertidas:
- Los ojos de Lucía se apagan, como si en efecto se hubiera ocasionado un corte en el suministro eléctrico de su mirada.

- -Yo, en cambio, cumplo estrictamente mi jornada laboral. Gano menos dinero que ellos pero soy más feliz. Y lo único que he hecho ha sido prescindir de algunos caprichos y sustituirlos por actividades baratas, casi gratuitas, como pasear, disfrutar de un café en una terraza o ir a la biblioteca pública, tomar prestado un libro y salir al jardín a leerlo, como hago todas las tardes desde hace cinco años.

- Supongo que estoy afectado por la nostalgia del futuro, esa amable promesa que durante toda mi vida ha sido más larga que el recuerdo del pasado y que ahora -indefectible, cruelmente- comienza a ser más corta.

- ... evitando que su existencia sea un desierto sin más horizonte que una línea recta para separar la tierra del cielo, la vida de la muerte.

- Las lágrimas pueden ser las palabras de una lengua universal que no requiere traducción, como el esperanto o la bioquímica, porque es inherente a todos los seres humanos. Nadie es ajeno a su comprensión.

11 julio, 2011

Un cadáver en «La playa de los ahogados»

Y llegó el momento de volver a leer a Domingo Villar (Vigo, 1971). Ha sido  doce lecturas después de Ojos de agua, su primera novela (recomendación de otra gallega, @Nuria00) que me dejó un sabor de boca inmejorable. Entre aquella y ésta, «La playa de los ahogados» (Siruela, 2009), han mediado por lo tanto diversos autores y estilos pero también cierta impaciencia por volver a disfrutar de la novela policiaca de Villar y por poder comentar la jugada con Ana y con mi hijo Ignacio que ya la leyeron. Y doy fe de que la espera mereció la pena.
 
En cualquier relato, en cualquier novela, sea cual sea su género, el espacio donde transcurre la acción es tan importante en ocasiones como el perfil de sus personajes o el punto de vista del autor. En el caso de las dos novelas que hasta ahora ha publicado Domingo Villar, ese espacio se llama Galicia, no sólo en el sentido de representar una geografía concreta sino también una idiosincrasia (espero que no suene demasiado cursi) que lo convierten también en protagonista fundamental de la narración.

Como en la inmensa mayoría de las historias policiacas, en La playa de los ahogados también hay un muerto, esta vez un pescador, cuyo caso investigan el inspector de la comisaría de Vigo, Leo Caldas, y su ayudante, el aragonés Rafael Estévez. Ellos son, al igual que el paisaje, quizá el mayor atractivo de la novela, una especie de Sherlock Holmes y doctor Watson -como tantas otras parejas célebres de investigadores- a quienes Domingo Villar ha rebajado en esta segunda entrega de sus respectivas poses de inspector taciturno y ayudante impulsivo. Aunque en este punto no puedo resistirme a ilustrar los modales del segundo:

- ¡Qué mal de ojo ni qué cojones! -voceó indignado el aragonés mientras buscaba una servilleta en una mesa vecina-. Me ha escupido en el zapato.
 
Pero no menos importante es el caso, el cadáver del marinero que aparece una mañana flotando en la orilla de la playa de Panxón con las manos atadas. Villar ha hurdido una trama que gana en complejidad respecto a Ojos de agua y, por lo tanto, en emoción. Los capítulos, cortos, avanzan de forma lineal tanto en la investigación como en las historias paralelas que se bifurcan para complementar la principal. El resultado es una novela más trabajada, más completa y más redonda que se lee con verdadero interés. Si he de poner un único pero es la insistencia de Villar por empezar todos los capítulos con la definición que da el diccionario de una palabra contenida en el mismo: un sustantivo, un verbo o un adjetivo. En su primera novela resultó un recurso original; en ésta, un recurso forzado y algo cansino.

En cualquier caso, si no habéis leído las dos novelas de Domingo Villar todavía estáis a tiempo de poneros al día, y la playa y el verano son dos circunstancias -espacial y temporal- muy propicias para hacerlo. Nosotros, en casa, ya esperamos el tercer caso del "mítico Leo Caldas", como nos referimos con cariño al inspector gallego.

P.D.- Quizá se trate del desenlace del reciente robo del Códice Calixtino, aunque es poco probable pues no corresponde a su jurisdicción, Vigo, sino a la de Santiago de Compostela, ni tampoco hay cadáver de por medio. Veremos.

04 julio, 2011

«El valor de educar», un acto de coraje y valentía

Después de Umberto Eco, Edmundo Paz Soldán y Antonio Muñoz Molina le llegó el turno, en un cambio de tercio interesante, a Fernando Savater y «El valor de educar» (Ariel, 2010). Un cambio de tercio suave en cualquier caso pues tras la pura ficción de El cementerio de Praga y Norte, Ventanas de Manhattan ya transcurría por el terreno del ensayo aún cuando pudiéramos llamarlo literario. Con Savater ya se puede hablar de puro ensayo, pero que nadie se asuste porque no se trata de ningún texto abstracto e infumable sino una reflexión muy bien escrita y entretenida sobre el valor de educar, como explica el propio autor, "en el doble sentido de la palabra «valor»: quiero decir que la educación es valiosa y válida, pero también que es un acto de coraje, un paso al frente de la valentía humana".

Descubrí El valor de educar gracias a @VinceBobadilla, y la curiosidad que siempre he sentido por la Educación con mayúscula, en el sentido de aquello que nos hace avanzar, nos enriquece y nos hace -normalmente- ser mejores personas y profesionales, hizo el resto.

Desde luego lo explica mucho mejor que yo Savater, con una prosa fina y una ironía magnífica, en este libro escrito hace ya la friolera de 14 años pero que, para bien o para mal, no ha perdido un ápice de actualidad. Por ello, probablemente interese todavía no sólo a los profesionales que se ocupan de esta materia sino a todos los que quieran profundizar algo más sobre la educación y responder, por ejemplo, algunas de las preguntas que formula Savater: "¿Debe la educación preparar aptos competidores en el mercado laboral o formar hombres completos".

En el libro se abordan capítulos como El aprendizaje humano ("Ser humano consiste en la vocación de compartir lo que ya sabemos entre todos, enseñando a los recién llegados al grupo cuanto deben conocer para hacerse socialmente válidos"); Los contenidos de la enseñanza -donde se puede leer acerca de la contraposición entre educación e instrucción ("separar la educación de la instrucción no sólo resulta indeseable sino también imposible, porque no se puede educar sin instruir ni viceversa"); El eclipse de la familia -sobre la autoridad de los padres o el papel del Estado, la ética y la religión, la educación sexual y unas deliciosas páginas sobre los efectos de la televisión-; La disciplina de la libertad ("es preciso recordar que no es posible ningún proceso educativo sin algo de disciplina. [...] La propia etimología latina de la palabra (que proviene de discipulina, compuesto a su vez de discis, enseñar, y la voz que nombra a los niños, pueripuella) vincula directamente a la disciplina con la enseñanza"); ¿Hacia una humanidad sin humanidades? ("Supongo que nadie sostiene en serio que estudiar matemáticas o física son tareas menos humanistas, no digamos menos «humanas», que dedicarse al griego o a la filosofía"), o Educar es universalizar ("Es importante que en la escuela se enseñe a discutir pero es imprescindible dejar claro que la escuela no es ni un foro de debates ni un púlpito").

  •  Algunas otras frases (muchas) que subrayé mientras leía, con las que -eso sí- se puede estar o no de acuerdo:

- "Hacernos intelectualmente dignos de nuestras perplejidades es la única vía para empezar a superarlas".

- "Si lo que nos ofende o preocupa es remediable debemos ponernos manos a la obra y si no lo es resulta ocioso deplorarlo, porque este mundo carece de libro de reclamaciones".

- "La función de la enseñanza está tan esencialmente enraizada en la condición humana que resulta obligado admitir que cualquiera puede enseñar, lo cual por cierto suele sulfurar a los pedantes de la pedagogía que se consideran al oírlo destituidos en la especialidad docente que creen monopolizar".

Fernando Savater
- Afirmaba Goethe que da más fuerza saberse amado que saberse fuerte: la certeza del amor, cuando existe, nos hace invulnerables".

- "La autoridad no consiste en mandar: etimológicamente la palabra proviene de un verbo latino que significa algo así como «ayudar a crecer»".

- "El objetivo de la educación es aprender a respetar por alegre interés vital lo que comenzamos respetando por una u otra forma de temor".

- "El problema no estriba en que la televisión no eduque lo suficiente sino en que educa demasiado y con fuerza irresistile; lo malo no es que transmita falsas mitologías y otros embelecos sino que dismitifica y disipa sin miramientos las nieblas cautelares de la ignorancia que suelen envolver a los niños para que sigan siendo niños".

- "Sólo cuando se martiriza a un niño se le ve replegarse sobre sí mismo, igual que años después el inevitable martirio de la vida nos hace a todos un poco introspectivos".

- "No olvidemos que el mejor maestro sólo puede enseñar, pero es el niño quien realiza siempre el acto genial de aprender".

- "El propósito de la enseñanza escolar es preparar a los niños para la vida adulta, no confirmarles en los regocijos infantiles".

- "¡Cuántas veces la vocación del alumno se despierta más por la adhesión a un maestro preferido que a la materia misma que éste imparte!".

- "Yo creo que la principal causa de la ineficacia docente es la pedantería pedagógica. No se trata de un trastorno psicológico de unos cuantos, sino de la enfermedad laboral de la mayoría. Después de todo, la palabra «pedante» es voz italiana que quiere decir «maestro»".

- "Oscar Wilde: «La educación es algo admirable, pero de vez en cuando conviene recordar que las cosas que verdaderamente importa saber no pueden enseñarse»".

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