Pestañas

05 marzo, 2012

Con libros o sin ellos



"A veces me gustaría que los libros fueran como cassettes"
Raro es el día en que no leemos o escuchamos algo sobre ese tira y afloja que se traen el libro tradicional y el libro electrónico, sobre quién logrará llevarse el gato al agua, sobre qué modelo han de seguir los editores y los libreros para no perder comba, sobre qué precio debe de tener este último si ya no está hecho de papel ni tiene tapas, sobre si los lectores prefieren el olor del papel o las manchas de la tinta electrónica, en fin, sobre qué será de eso que hasta ahora conveníamos en llamar libro, y sobre lo que a nadie se le ocurría cuestionar su naturaleza.

Al fin y al cabo el libro, de papel o electrónico, está en el centro de toda este torbellino cuando realmente es lo único que separa -o bien lo que une- al autor y su lector. Estamos hablando, obviamente, del libo como objeto, pero no de la obra en sí misma, el relato o la historia -en el caso de la ficción- que ha salido de la cabeza de su autor. El escritor podría leer su obra en un teatro en voz alta, como un compositor interpreta su música en un escenario para que sea escuchada. ¿Cómo iba a esperar un Mozart o un Beethoven que su música sería escuchada algunos cientos de años después fuera de las salas de concierto, primero en un gramófono, después en un tocadiscos y en una cassette, más tarde en un compact-disc, luego en un reproductor mp3, en un ordenador y, finalmente, con unos auriculares conectados con cables o sin ellos a nuestro teléfono móvil? 

El reproductor está en nuestro cerebro
Imprenta de Gutemberg
Esta carrera desenfrenada en la evolución de los reproductores musicales ha sido sin embargo especialmente lenta, contada en varios siglos, en el caso de los reproductores de la palabra, básicamente uno solo -el libro con mayúsculas- gracias al increíble ingenio de Gutemberg. Es verdad que los copistas medievales ya componían libros preciosos, pero fue al alemán a quien se le ocurrió la forma de multiplicar casi hasta el infinito la obra escrita de un autor. Pero si me apuran más, incluso con la enorme ventaja que supuso la invención de la imprenta de tipos móviles, una diferencia fundamental con la música es que en el caso de la literatura, por ejemplo, -y sea cual sea el soporte físico- el reproductor está en nuestro cerebro para convertir letras y palabras -electrónicas o impresas en papel- en las imágenes, sentimientos y sensaciones que el escritor ha querido sugerir. 

Intentar adivinar el futuro del libro es complicado; nadie tiene la bola de cristal para saber cómo será o en qué tipo de soporte se convertirá en pocos o muchos años, pero de lo que no hay duda es de que seguirá habiendo gente con ganas de contar historias y mucha más gente con ganas de leerlas. Con libros o sin ellos siempre nos quedarán autores y lectores. Mientras llegue ese momento sigamos leyendo.

P.D.- «A veces me gustaría que los libros fueran como cassettes. Cartuchos que uno pudiera insertarse directamente al cráneo. No estoy hablando de audiolibros ni de evitar la lectura. Hablo de que ya habiendo leído el libro, poder cualquier jodido día, rememorar la sensación que el libro te dejó al terminarlo, pero en el tiempo que dura una canción». Es lo que dice Pierre, el autor de la ilustración que acompaña esta entrada, en su blog hueso hueso.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

en tiempos de revoluciones, porque esto es lo que estamos viviendo, a saber donde termina todo.
Yo me conformo con lo que tú dices, que los escritores sigan haciendo su trabajando, para que los lectores podamos seguir disfrutando. ¿El soporte? iremos evolucionando, no nos queda otra.
Un saludo
Teresa

Javier García dijo...

Hola Teresa,
Lo has resumido perfectamente. Lo importante es seguir disfrutando de la lectura mientras haya autores que tengan cosas interesantes que contar.
Muchas gracia por leer este blog y dejar tu comentario.
Un saludo.

Mundo de tinta y papel dijo...

Mientras sigamos teniendo libros, el soporte es lo de menos.
Besos, te sigo.

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