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No transito la poesía, pero me gustaría hacerlo. Dejarme seducir por esa otra partitura que también está compuesta por palabras, que golpea el interior con otras armas distintas a las que utiliza el relato o la novela. Pero no es fácil. No sabría por dónde empezar. Sin embargo, me he encontrado este poema de
Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946) que, sin esperarlo, me ha golpeado. Pertenece a su libro de próxima publicación
“La ofrenda silenciosa”, como leo en
ABCD las Artes y las Letras. Puede que lo compre y que lo lea. Puede ser una buena introducción a la poesía.
Morada de LuzEl hosco cielo va rodando arriba
y amenaza sobre los montes negros.
Al fin será esta casa mi morada.
y hasta lo que es más duro en ella (el muro
de piedra tan rotundo),
dormirá sosegado en mi pupila.
En esta casa el tiempo es la ternura
y siempre callo hasta que sea el silencio
lo que discurra dentro de mis venas.
En mi morada no hay días ni noches.
Mi morada es mi día y es mi noche
Cada mínima estancia es azotea.
Floto en su soledad, bebo en su sombra;
si asciendo a los desvanes de la luz
desciendo hasta un saber que ya no sabe.
La casa, en quietud, está girando
-planetario de amor-
en torno del remanso de los cuerpos.
En ella voy, sin ir, a cada sitio
y a sus goces regreso sin marcharme.
Todo cuanto busqué, aquí lo encuentro.
Esta morada es
mundo sin el mundo.
En ella suena música que arrastra hacia el sin fin,
marea en la que voy
y vengo (¡mas tan quieto!)
recibiendo respuestas sin palabras
a preguntas que no mueven mis labios.
Y siento que tú estás aquí, aunque no estés,
y que yo estoy en ti, aunque no estoy.
Centro donde te veo al fin ¡tan cierta!;
centro donde, por fin, no estando tú,
en plenitud estás para salvarme.
Al fin el corazón ya ha retornado
a escucharse a sí mismo.
¡Qué dulzura este ir cerrándose a todo
para poder abrirse y comprenderlo todo:
nada hermosa que llega acariciando
mi piel para acallarme,
para acallarme aún más, y serenarme!
Morada del amor, con sus anillos
de silencio que silban, mas no ahogan,
porque la sangre de los nuestros ya
no está para dolernos.
(La sangre de los nuestros ahora es sólo
la luz de cobre que está ardiendo lenta
en torno de la copa del ciprés).
¡Morada en la marea de la vida,
marea en la morada de la luz!